La caverna tiene WiFi
La saturación informativa y la falta de alfabetización mediática dificultan el acceso a una ciudadanía plenamente informada.
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Entre los fenómenos de la comunicación más revolucionarios, se encuentra la era digital. Hoy, no es raro que una persona dedique ocho horas de tiempo diario en pantalla---una mezcla entre la utilización productiva del dispositivo y el tiempo vicioso que se pasa consumiendo contenido e “información” en las redes sociales. Cada día, todo el mundo despierta con noticias diferentes, dependiendo de lo que el algoritmo de cada uno---el títere que proyecta sombras en forma de brainrot, videos de 10 segundos e influencers disfrazados de periodistas---determine como “para nosotros”.

Cuando las cadenas son autoimpuestas desde el minuto que se crea un nombre de usuario y una contraseña (ignorando, por completo, los términos y condiciones), pareciera lógico que la liberación recaiga en uno mismo---sin embargo, igual de lógico es dejar de fumar; más fácil dicho que hecho. Desde desinformación, el sensacionalismo y la polarización, las redes sociales y sus algoritmos imponen realidades relativas a cada uno de sus usuarios-prisioneros. Estas cámaras de eco, constituidas por unos y ceros, son las sombras de la caverna; nuestros nombres de usuario, las cadenas.
En los momentos en los que uno no está pegado a la pantalla, ella sigue influenciado a las personas; nunca se va por completo. Los análisis de valor, datos verificados y la información que se necesita para vivir en una sociedad democrática y educada siguen siendo destronadas por contenido en formato corto que olvidamos en segundos.
Sin embargo, al excluir el proceso, aunque alegórico, con el cual el prisionero se libera de sus cadenas en la caverna, Platón deja libre a la interpretación el camino hacia el mundo inteligible.
El antídoto para las sombras reflejadas en nuestras pantallas es el ejercicio de la búsqueda de la verdad según nos es posible, pragmático y práctico para que nuestra sociedad funcione libre y justamente. Una sociedad justa y libre no es posible si, a raíz de las sombras, la ignorancia limita la autonomía y el acceso a la información para tomar decisiones según su criterio personal. Por ejemplo, en época de elecciones, ¿no es justo y necesario que se reciba información confiable y verificada para elegir un candidato preferido? ¿No es eso más cercano a “la luz del sol” que la propaganda y desinformación que plagan las redes? ¿No funcionaría la democracia si la educación de las personas fuera garantizada en el ecosistema mediático?
Entonces, ¿dónde está la verdad, según nos es posible, pragmática y prácticamente? ¿Cómo nos desencadenamos, o por quiénes? Una buena apuesta es el periodismo ético y responsable. El periodista ético y responsable tiene tres características, que son indispensables para que los usuarios-prisioneros reciban información confiable y verídica: busca métodos objetivos para recopilar información; comunica con claridad, precisión, sencillez y concisión; y trabaja para su audiencia, la ciudadanía, en vez de velar por intereses ajenos, poderosos o, peor, propios.
Lejano del rey-filósofo como guía para liberar a las personas de la ignorancia, que se sugiere más adelante con la alegoría del barco, apostar por agentes de información responsables democratiza la verdad y la prepara para su aplicación en contextos sociopolíticos y las agendas públicas.
A la luz de propuestas relativas de hechos e información, distribuidos masivamente a través de las redes (propaganda, desinformación, entretenimiento vicioso), es más urgente que nunca identificar las sombras en nuestras pantallas para acercarnos más a las cosas como son. Intercambiando lo que los algoritmos propagan por fuentes de información escogidas con conciencia e intención, pasaremos de la oscuridad a la luz, por más que nos duelan los ojos;
es más, seguramente, al reducir el tiempo en pantalla, ¡se nos descansen con más rapidez!
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