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Category: Life

Nos carpeteamos solitos

Érase una vez, el carpeteo (mi traducción tropicalizada de “doxing”, en inglés) implicaba una exposición ajena de tu información personal, sin consentimiento. En Puerto Rico, ese término carga décadas de vigilancia política. En internet, simplemente lo hacemos por voluntad propia. 

Ahora, nos carpeteamos nosotros—feliz y voluntariamente, con la ayuda de un ring light y un caption que pretende ser espontáneo (pero que fue aprobado por un comité de amigas en WhatsApp). 

Solíamos temerle a la vigilancia. Solíamos, hasta que lo disfrazamos de filtros, lo monetizamos, y glamorizamos.

Lo que, una vez, fue invasión ahora es influencia. 

En vez de escondernos del ojo digital, hacemos directo contacto visual con él. Con brazos abiertos, la gobernadora de Puerto Rico publica selfies de ella con sus bebés. En una crisis mental, la que aboga que “no es como las otras nenas” sube un story llorando por algo que solo “los que saben saben”. Los martes rutinarios se vuelven envidias al publicar fotos de cosas tan anodinas como un bowl de avena con canela (¡pero con el lighting perfecto!). La privacidad no desapareció—la hemos subastado a cambio de relevancia.

En papel, las redes sociales son una idea horrible. Simplemente, imagínenselo:

UN TIBURÓN CAPITALISTA: “Me gustaría poder perfilar a todos para vender sus datos a anunciantes, y poder hacerme más rico todavía. Pero no veo manera de hacer eso sin romper alguna ley”.

MARK ZUCKERBERG: “Tengo una idea perfecta”.

Las redes son una base de datos accesible, perfilados por hora y minuto, con GPS incluido. De la mano, les damos de comer a nuestros algoritmos los detalles exactos que, alguna vez, protegíamos con contraseñas y sistemas de seguridad. La humanidad es tan egocéntrica que lo único que hacía falta para entregarnos fue disfrazar la vigilancia de validación.

En vez de susurrarnos secretos, los diseñamos con los filtros adecuados, publicando a la hora con mayor frecuencia digital, claro—y esperamos el mayor engagement posible. 

No nos encarcelaron con los algoritmos. Nos esposamos nosotros mismos. Y peor aún: damos las gracias con un double tap

Antes, la vigilancia era una amenaza. Ahora, es una colaboración. No es descabellado imaginar lo fácil que habría sido para los nazis rastrear a judíos si las redes sociales hubieran existido. La estrella amarilla no habría sido impuesta; estaría fijada como historia destacada. Llevémoslo a un contexto puertorriqueño. ¿Cuán fácil habría sido carpetear a los “malditos” independentistas? Con ver las biografías de Instagram que dicen “Puerto Rico libre”, ya habrían identificado más de la mitad de nosotros. Y reflexionemos en los tiempos de ahora: ¿cuántas personas indocumentadas están siendo deportadas tras haber sospechado de ellas con publicaciones en Instagram? 

Puede que Big Brother no necesitara un sistema complejo y avanzado para velarnos. Solo necesitaba una señal de Wi-Fi y una audiencia hambrienta por likes. Nuestra adicción a la dopamina barata—esa que llega con cada “me gusta” o comentario que nos halaga—ha sido el mejor regalo para Big Brother. ¿De nada…?

El enemigo no nos vigila. Nos sigue en Instagram. Y tú probablemente le das follow back.


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Comments

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tamita~°•☆

tamita~°•☆'s profile picture

completamente de acuerdo, el uso de los redes en si es un acto politico y tenemos que comensar de ser mas consientes de lo que subimos, como interactuamos, y como proteger nos al usar el internet. Y como bonus, buscar actividades alternativas a doom scrolling


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