Pienso que muchas de las decisiones que tomó no han sido buenas ultimamente.
No solo debo pensar en mí y en mi futuro, también debo pensar en el futuro de las personas que me rodean. Las decisiones que tomó, día con día, definen ese futuro que está a una distancia tan corta de un día. Pienso las posibilidades, "¿qué debo hacer si esto pasa?", "¿qué debo hacer si esto no pasa?".
Recientemente tomé dos decisiones grandes. Las pensé no solo por los beneficios que podía conseguir para mí; también pensé en lo que podría haberle ofrecido a esa persona. Luché bastante para que se me cumplieran y las logré. Y cuando esperaba recibir el gran premio, el destino llegó y me tomó de los hombros, y sin quitar la sonrisa de su rostro, me pateó en el estómago.
Fallé, y más que ayudar a esa persona, la afecté en maneras que no pensé afectarle. La culpa que esa persona carga es mi responsabilidad, mi culpa por no haberlas analizado bien. Por no haberme preparado mejor. Pero esa persona sí había anticipado que eso podría pasar. Me lo anticipó, y no le hice caso, porque esperaba que lo mejor sucediera.
Mi mas grande defecto, lo que me pesa más en el interior, es que soy una persona que espera siempre lo mejor. No en la manera, melosa y tonta de esperar siempre lo mejor de los demás; yo deseo que nada malo pase, que las cosas sucedan de manera que nos ayuden a todos. Mi ingenuidad es mi peor defecto, y las estupideces que ocurren después, son enteramente mi culpa.
Sin embargo, no me puedo quedar así. Ahora, es mi responsabilidad ayudar a esa persona en todo lo que pueda. Directa o indirectamente, su bienestar en mi prioridad, y su satisfacción, mi meta.
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