Aun puedo recordar las ultimas palabras que salían de mi boca aquella noche de diciembre. El aire estaba helado al igual que todo mi cuerpo; aunque, para ese entonces aun no estaba totalmente frío.
Mi cuerpo temblaba y de mi garganta solo podían salir gemidos ahogados entre los apasionados y desesperantes besos que me brindabas mientras que mi humanidad despertaba de la anestesia en tu linda mirada. Aquella mirada que reflejaba los mayores y más perturbados deseos carnales que alguna persona podría tener.
Siempre me mirabas con aquella profunda y embriagante mirada. Tus simples ojos me dejaban anonadado e impedían que pudiera razonar al respecto de tu compañía conmigo, debido a lo enfermizamente sofocante y turbia que era. Aunque nunca podré negar lo apasionante que era aquello, ¿Sabes? Incluso puedo decir que aquello era tan jodidamente excitante. Lo amaba. Amaba tanto el sentir tus sucias manos sobre mi cuerpo, amaba aquellos besos llenos de lujuria y cada centímetro de mi asqueroso y descompuesto cuerpo estaba hecho para satisfacerte a ti en todos los sentidos. Sin importar que fuera lo que quisieses esta vez. Aunque, tampoco me gustaría mentir y no admitir que tus peticiones se volvían cada vez más repugnantes y excitantes y yo, yo amaba la idea de ser completamente tuyo y de servir a todas tus asquerosas fantasías.
Aquella vez fue distinta a las demás, pues me pusiste contra la cama. Yo te rogaba para que dejaras de besarme y tocar mi cuerpo con tus asquerosas, pero hermosas manos. Quería que te detuvieras, pero a la vez no podía impedirlo. Deseaba con todo mi ser que me destrozaras y me hicieras derramar hasta la ultima gota de sangre que haya dentro de mi repulsivo y tan usado cuerpo. Todo estaba siendo rutinario, hasta que me dijiste que querías anestesiarme. Nunca habías tenido una petición tan extraña. Porque era cierto, siempre hacías peticiones extrañas y tus apetitos eran cada vez mayores.
Ah, porque si intenciones pretenciosas y sumamente repulsivas nunca tuviste, solo tuviste apetitos. Apetitos que siempre satisfacías llenándote de mi cuerpo, dinero y alma. Si, porque no te bastaba con usar mi cuerpo, también te volviste el dueño de todo centavo que callera en mis manos. Al parecer, tu compañía en mi vida fue meramente devastadora y desgarrabas cada parte de mi con tu mera y simple existencia.
Yo solamente me dejé llevar por ti, por tus tan exigentes peticiones y por el tan grande, iluso y enfermizo amor que tengo hacia ti. Entonces, solo por esa razón fue el motivo de mi despertar en tu fría y lúgubre mirada llena de odio y excitación hacia la horrenda escena que tu mismo habías creado ante tus ojos, y con aquellas manos, las manos de un despiadado criminal.
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