A veces tengo la necesidad de hacer la colada en mi cabeza. De limpiar las ventanas, airear la habitación y que entre la luz. Después de largos períodos de existencia, siento una especie de nube que cubre las ventanas y envuelve todo el edificio. No bloquea las ventanas, más bien distorsiona los cristales, y me veo atrapado entre cristal y pared, limitado a contemplar todo siendo visto por mí.
En la casa se pueden hacer reformas, de tanto en tanto los colores cambian, los cristales se tintan y la forma de las ventanas se transforma para dejar pasar la luz en variedad de nuevas maneras. Las luces cambian todos los días, nunca dos momentos son iguales, de pie frente a todo me mantengo el mismo. A veces culpas a las ventanas, a la nube que se cruza en tu mirada o las luces que destellan tu camino, pero la culpa la tienes tú por no salir.
Últimamente, me he encontrado con fuerzas y ganas. He decidido despedirme de las ventanas y con mi partida les dejo una pasada de químicos. Limpio sus cristales con paños reciclados y pienso en cuantas veces he hecho esta misma acción para volver a hacerla otra vez más. Ahora que me voy, nadie va a cuidar de ellas. Muchas veces, con el afán de cuidar, te conviertes en guardador, quieres cumplir con tus deberes autoimpuestos y en vez de asistir a tus objetos, los miras con una cierta distancia, los desempolvas de vez en cuando y te conviertes en un mero conservador de museo. Muchas veces la diferencia entre sujeto y objeto no es clara, y no habéis establecido verbo alguno.
Salgo de la casa y encuentro a mi calle en el sitio de siempre, igual que siempre. Fuera, si no cuento con compañía, no tengo que ver ventanas, más bien las ventanas de los demás me observan a mí. Aunque me refleje en ellas, siguen sin ser mis ventanas y no cuentan con ninguna de sus características, no las aborrezco. Hay tantas ventanas en la ciudad que no tengo que preocuparme de las mías. Me liberan en cierto modo, estoy harto de pretender que disfruto mi individualismo, me podéis quitar todo lo que tengo, me haríais un favor. Cuando no observo sino que soy observado, me escapo de ser yo. Es la única situación en la que esto pasa, no vas a escapar de ti a través de un individualismo distinto, ninguna otra forma te va a liberar, vas a tener que seguir siendo. Vas a ser siempre.
Por lo menos en un reflejo, te dan alguna pista, podría ser peor, podría no verme nunca, entonces tendría que andar por las calles y prestarles atención de verdad.
Estamos sentados en un banco y de repente me dices—¡Qué bonitos tienes los ojos!- Llevas un rato sentada, pero es la primera vez que hablamos ¿lo son? Nunca me he fijado, tal vez ha sido aposta—Gracias-sonrío para que veas que lo hago por ti, sonrío porque me haces sonreír. Te miro y te pienso, salto y caigo en sí te preguntas que si pienso en ti. Te miro y divago en si te fijas en que te estoy mirando o si, en cambio, tú también me miras a mí. Veo tus ojos con mis ojos y me dejan llegar a los tuyos lo necesario como para prendarme de ti.
—¿Has pasado mucho tiempo fuera?
A veces salgo a hacer recados, he venido a la ciudad a comprar unos cuadernos y unos sellos, me gusta prepararme para situaciones por llegar, no me esperaba encontrarte a tí, pero estoy encantado.
No sé cuanto tiempo ha pasado desde que te has sentado, el suficiente para que ya me haya aprendido cada parte tuya a la que puedo llegar. Te has presentado y no nos hemos conocido sino encontrado. Me has agarrado y conmigo te has trazado a tí misma ante mí. Has rebuscado entre todo lo que tienes y has hecho el esfuerzo de explicarte y diseccionarte al más alto grado, con la única esperanza de que nuestros idiomas fueran hermanos y las palabras coincidieran.
Te agarré de la mano y pensé en todas las palabras que me tienes por enseñar, en la fragilidad de tus ojos frente a mi veredicto, en la anticipación ante un trabajo que no se sabe si se ha de realizar todavía. Vi ventanas en tus ojos, pero por primera vez estaban abiertas e invitaban más a bañarse en sol que a morirse de frío.
Entre traducción y traducción consigo llevarte hasta mi casa, me pierdo varias veces de vuelta por mirarte a tí y no a la calle, pero no te das cuenta porque es la primera vez que estás en la ciudad. Siento tu mirada en mí mientras busco las llaves y me hace sonreír. Nos apresuramos, no te arrepientes de haber pasado frío y subimos las escaleras. Llegamos a mi habitación, una cama, una mesa y la ventana. Te sientas y a mí me tiemblan las piernas, ahora me toca buscar a mí y no sé si he conservado nada, me alegro de haber limpiado antes de haberme ido, pero una vez más he fallado en cuidar. Pareces asentarte en el lugar con los días, pero sé que estás expectante, me miras en la cocina, me miras en la cama y me miras cuando nos sentamos en la ventana.
—Quieres templarme el corazón- te digo, me miras y me sonríes, se te endulzan los ojos y la ventana, consciente de tu presencia, adelgaza para dedicarte su luz y ensalzarte.
—Sí, sí quiero-no dejas de sonreírme y me tienes en tus manos.
Me levanto en la penumbra de tu sombra bloqueando la ventana, tus manos se aferran al marco y te balanceas hacia delante y hacia atrás para desencajarlo, lo consigues y dejas el marco apartado contra la pared como si nada—Cariño duerme, vamos a instalar la calefacción, no te levantes–Tu voz me calma y me vuelvo a acurrucar, quiero mirarte, pero se me cierran los ojos y pienso en todo el yeso de las paredes, en las nuevas tuberías que se van a colocar por dentro, en el agua hirviendo y en ti encargándote de todo. A mí me basta con la calidez que traes tú a mi cama, pero asiento porque quiero que estés cómoda, estaría devastado si no encontraras la casa incitante. Las obras progresan y me alivio al pensar que dejas partes tuyas en la casa, las ventanas no están puestas, tan solo queda el hueco en la pared, se ven los pilares de madera y los trozos de suelo que faltan dentro de los muros. El polvo me tapa la nariz y me oyes estornudar varias veces, te oigo sonreír y limpiándote las manos, te sientas en la cama, ya está casi todo acabado.
Ha pasado el tiempo y estás reluciente, ahora en mitad del invierno, nos dedicamos a vivir juntos, la casa está viva y te he comprado un abrigo rojo oscuro. Nos sentamos el uno delante del otro y nos miramos a la cara sonriendo hasta que decidimos a donde ir por el día. Te veo crecer el pelo y las uñas, te veo crecer delante de mí y me llena. Las ventanas de nuestra casa ya no me persiguen, he aceptado la idea de que estén allí. Ahora me parecen más bonitas, las cambiamos en la obra y me gustan mucho los marcos que escogiste. Ahora me fijo más en lo que nos rodea que en mi reflejo en ello, el único reflejo mío que contemplo a diario es el que veo en tus ojos. No sabía que me podía ver así. Espero que tú también te hayas reflejado en mis ojos y hayas visto algo tan curativo como lo que yo vi. Si consigo enamorarte de ti dormiré tranquilo y compartiremos más idioma que nunca.
Publicado en A03 el 2022-09-27
Comments
Displaying 0 of 0 comments ( View all | Add Comment )