Amplio espacio de la sala como ilustración de una ventana que observa mi cabeza por sobre lo bajo.
Me dedico a la tarea de empujar todo disfuncional mobiliario hacia los costados. En este momento nada queda, nada ya me interfiere, contra nada podría golpear y rebotarle en metal cíclico a la falta.
Me concluí la proeza. A mí misma me la terminé. Con esto el sitio retoma su significante primigenio lugar del sostenimiento.
Ahora será el soporte de mis crujidos, con la dedicación exclusiva de guarecer el miriñaque que, a remota directriz, genera la constancia de mis vueltas.
La canción brota de las paredes, supervisa que cada nota ataque las áreas que no toqué con la ubicación de las maderas.
Me entrego a danzar. Evoco a la anestesia de mis conciencias y bailo. ¿Es un vals? Le otorgó justificación de serlo.
Cansancio del compás. Tabla de multiplicar del mareo. Desmedro de pies desnudos que rechinan. Una vuelta. Y otra y otra.
Cada sentencia de movimiento abanica la aleación que me va cubriendo.
Soy hueca cáscara de ideas no contenidas. Soy la quintaesencia en la cadena que desprende mi nuca, el arpegio consecuente que roza mi cara en los giros.
Lugar infinito. Entrada y salida de los no me acuerdo. Cuerda tensa extendida que cambia de rincón a la marioneta.
Bailo en movilizar cansino de juguete oxidado. Roto y contemplo. Paso y se desfigura el color de los sonidos. Abro mi boca a la partitura del silencio.
Pero, como en cuento para infantes quebrantados, trastabilla la estatura que me lleva y caigo en encerado soporte con lustre de final de tiempo.
Uno de los resortes de mi pieza de apoyo fundamental se desprende y clava ojo izquierdo.
Lacerada en el piso de las visiones me encuentro. Una inflexión de sarro creciente curva mi ocupación. Al descubrir mi posición ambidiestra la confrontación con la baldosa, lo metamorfoseado del resquicio de las supervivientes armonías se esfuma.
[Escrito el 9 de agosto de 2008 a las 04:44 hs.]
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