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Category: Writing and Poetry

Recuerdo parasitario y enmarañado

Ese recuerdo es un parásito que se aloja en cualquier parte del cuerpo y todo lo pudre, lo daña, lo cambia y lo mata. Pero de a poquitos. Es inevitable recordarlo, cada vez que se vuelve a reproducir en la memoria crece, se fortalece y todo lo pudre, lo daña, lo cambia, lo mata. Al final no queda más nada, ni cuerpo, ni alma, ni emociones, no queda otra cosa que el esqueleto de lo que alguna vez vivió el presente. Y además, una sensación glutinosa de estancamiento, como de retroceso constante, la necesidad de permanecer en determinado instante y querer traer algo o a alguien de vuelta, volverlo tangible, cambiarlo, abrazarlo, golpearlo, frenarlo, destruirlo. Es una maraña, un parásito con forma de maraña, un recuerdo parasitario y enmarañado. 

No tiene cura, no lo remueve ni el suelo frío del medio día, no lo remueven ni los recuerdos nuevos, ni el acetaminofén, ni el chocolate, ni las pastillas de colágeno, ni la bareta, ni el helado, ni el botón de configuración, ni el hidrógeno de peróxido con polvo decolorante, ni la dieta, ni 800 mensajes, ni un piropo. Nada, permanece, mantiene firmes sus raíces, cubre la superficie mientras que el interior vive en el bucle y todo lo pudre, lo daña, lo cambia y lo mata. Entonces la víctima no se da cuenta de que está intoxicada, de que exige poco, de que muere de hambre, de que es muy tarde y la calle está  muy vacía, de la deshidratación, las injusticias, el frío, nada lo ve y todo le duele.

No regresa todo aquello que alguna vez partió, son las cuatro de la tarde y es igual a las tardes de hace nueve años en la sala gris con luces de colores, sábado en la noche con el centro comercial lleno de gente y es igual a las fechas especiales del 2015, risas en un teatro oscuro y es igual al terror de principios de la década pasada. Sábado en la tarde y la víctima puede observar los mismos ojos que engendraron el recuerdo parasitario, pero no ve lo que hay dentro del recuerdo, la sala es azul, no amarilla, puede que se culpe. 

Es una añoranza constante, un eterno martirio, un intento demasiado desesperado por compensar grandes errores, un enamoramiento que estorba, un rencor que se expresa hacia adentro y sobre todas las cosas, la hipocresía en su máxima expresión. Hay que cuidarse de extrañar, cuidarse de olvidar cosas recientes pero recordar diariamente lo que pasó hace muchos años el 30 de abril a las 8 de la noche dentro de un restaurante en la periferia. 


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