Estando en la mitad de un pasillo del éxito mientras sé que no puedo salir de la escena, que sigo encerrada en el cubículo de un baño en la 80, faltan diez para las dos de la madrugada mientras se mueven las paredes y mis amigos se ríen de las cosas que digo. Cosas que digo para evitar que quede en evidencia lo que ya es evidente, que estoy tocando el fondo y que en realidad nunca llegué a la superficie. Los esfuerzos físicos que ha hecho mi cuerpo durante las ultimas 6 horas han acabado por dejarme de rodillas junto a un sanitario, literalmente. Bailar y gritar y dar vueltas, huir a buscar distracciones cada vez que me concentro porque prefiero dejar los problemas para mañana, cuando sean mas grandes y peores.
El poco encanto que mi ser expedía al inicio de la noche fue una clara premonición de cual sería mi final, es el reflejo de mi vida entera también. El mundo me da vueltas y al final de cada una de ellas me golpea con violencia para recordarme que no me quiere en él, que la persona que soy ahora no es de su agrado y que puede borrar mi esencia en cualquier momento.
En mi imaginario la noche del 3 de julio sería diferente, algo más alentador y no el potente retrato de una generación en decadencia. Siendo sincera valoro cualquier acto de mínima empatía de los demás hacia a mí, porque soy miserable hasta en eso, miserable conmigo, miserable con los que me quieren, miserable con mi salud.
Luego de tal suceso llegué a la conclusión de que mi adolescencia parece tener el único y claro propósito de acabar con mi vida, y es algo de lo que antes me advirtieron, yo opino que no es mi culpa, es la de aquel que me contó que me podía morir en el intento porque ahora solo intento para morirme. Me humillo para reinventarme, dale que no me la creí ni yo.
Por otro lado mientras no hago más que ahogarme entre mis náuseas, y al igual que durante las ultimas 3 semanas, en mi mente se repiten una y otra vez los 7 minutos durante los cuales creí que le tenía especial cariño y confianza a alguien extraño a mí, creencia que sentí mutua y que en los días siguientes se fue desvaneciendo. Sin embargo, en medio de mi ebriedad y por primera vez en mi crisis, tuve a quien abrazar, muy efímero e intangible, pero después de todo el único rastro de apoyo que podía recibir, lo único de lo que estoy realmente agradecida.
Ya no estoy en el pasillo del éxito sino en el suelo de mi habitación, aún así sigo pensando en lo mismo, la escena, el cubículo, el sanitario, las náuseas, la música, si tal vez te quiero y el vómito azul. Son ya las 6 de la tarde, suena en la televisión el himno nacional y dice "Cesó la horrible noche", pero es mentira, la horrible noche no cesa.
Si llego al final de esta semana es pura responsabilidad de mi característica neurótica, que tiene el poder de matarme pero también de mantenerme viva.
Están presentando un programa sobre enfermedades mentales en adolescentes, qué sentido tiene conmoverse si después de todo sigue pareciendo una película mi vida, si la siento tanto y tan violentamente que no soy capaz de entender qué es real y qué es fantasía, si sigo creyendo que todo es alucinación mía, experimento de alguien más. No se pueden tomar decisiones correctas en medio de un guión tan transgresor.
A pesar de todo mis trazos son los mismos.
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