En cuestión de 5 días mi paisaje se llenó de heridas, muchas más de las que podría querer ver al tiempo, querer sentir. Unas largas, otras amplias, profundas y sangrientas, superficiales y brillantes, estaban ahí, doliendo y abriendo paso a los demonios del interior para asomarse y a los monstruos del exterior para husmear.
Utilicé uno que otro remedio, crema, píldora, microporo, maquillaje, cicatrizante, aún así no me empeñé mucho en sanarlas porque no las vi como algo tan presente, no estaba mirando el paisaje y el dolor se vuelve a veces tan natural como respirar. Sin embargo las otras personas de mi alrededor sí miraban el paisaje y se preguntaban por qué había tanta distorsión en los colores, por qué había líneas atravesadas e incongruentes dentro del cielo y por qué nadie actuaba como si ese fuera un paisaje en reparación. Me pregunté entonces si las heridas revelaban al mundo lo que había dentro, una esencia que no se dejaba ver a menos que el paisaje estuviese roto por multiples orificios, me pregunté si era la esencia lo que los preocupaba o si era el lienzo dañado que impedía ver la belleza del paisaje lo que los hacía exclamar.
Decidí que no había otra manera de soportarlo que dejar que las heridas se curaran naturalmente, que las personas las asuman como parte del paisaje y que aprendan a verlo como algo valioso pero poco convencional. La gente todavía comenta, en las peores ocasiones y con las palabras mas crueles de vez en cuando las heridas se tornan mas sangrientas, se abren más, son más difíciles de curar. Entonces comienza a dejar de ser mi paisaje, se convierte en una obra de intervención comunitaria, el paisaje que resulta de la intervención de varios, entonces la gente debería aprender a valorar su propia obra sin extrañarse al ver lo destrozada que está.
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