Hablemos de la luna y el amor que nace debajo de ella

En una noche clara, donde el cielo parecía abrazar el mundo entero, la luna llena colgaba en lo alto, brillante y serena, como un faro de los corazones que aún creen en el amor verdadero.

Él y ella estaban ahí, uno frente al otro, sin necesidad de palabras. El viento suave jugaba con sus cabellos, mientras la luz plateada de la luna dibujaba siluetas doradas en sus miradas.

No era una noche cualquiera.

La luna, testigo ancestral de promesas y suspiros, parecía acercarse un poco más a ellos, como si quisiera escuchar lo que sus corazones no sabían cómo decir. Y entonces, sin ensayos, sin máscaras, se dijeron todo:

– Te veo.

– Te siento.

– Estoy contigo, incluso cuando no me ves.

Porque la luna llena tiene ese poder: el de revelar lo invisible, sanar lo no dicho y encender las llamas que el tiempo quiso apagar.

Bajo su luz, las almas se reconocen, las heridas comienzan a cerrar, y el amor —ese amor de verdad— vuelve a respirar con fuerza.

Esa noche no prometieron eternidad. Prometieron presencia.

Y eso, bajo la luna llena… lo fue todo.