Cada vez me estoy deshumanizando más. No puedo dejar de mirarme al espejo, solo para ver un montón de carne vacía que se mueve por una única razón: las demás personas. Me mantengo vivo solo para que no tengan que lidiar con el duelo de un cuerpo desparramado.

Ya no me entiendo, y lo poco que entiendo me repugna. Cada vez que creo llegar a un punto, algo mínimo me arrastra de nuevo al principio de mis pensamientos. Siempre hay un algo o un alguien que logra devolverme al origen, y cuando intento investigarlo, nunca hay suficiente información para comprender por qué soy de esta manera.
Eso me hace sentir como si nunca hubiera existido, o al menos, como si nunca hubiera estado realmente en esos momentos. Como si los problemas que tuve fueran solo un eco sin dueño.
Pero no es así. Yo quiero recordarlos. Quiero forjarme a partir de ellos. No quiero olvidar quién soy ni quién fui. No quiero ser olvidado.

Intento todo lo que puedo para motivarme, para seguir adelante día tras día. Lo intento, de verdad. Pero no sé cuánto tiempo más puedo fingir que no estoy mal. Tal vez algún día esté bien.
No.
Voy a estar bien.
Es gracioso: llevo diciendo eso desde que empezó el año, como si fuera una meta que debo alcanzar. Creo que he repetido esas palabras más veces de las que realmente me sentí bien,  A veces me distraigo, pero no es lo mismo que sanar.

Hace un tiempo hablaba del efecto ciempiés, y por alguna razón esa idea se quedó en mi cabeza durante años, sin entender del todo por qué. Ahora lo comprendo. Meses después entiendo que ese efecto me ocurre constantemente.
Me siento raro cuando alguien dice que soy algo: que hago tal cosa, que tengo cierta forma de ser, que soy “tímido”. Cuando lo dicen, ya no me siento eso. Siento que han creado una ilusión de mí, una idealización, una imagen que no me pertenece.
Y automáticamente lo dejo de hacer, como si mi mente rechazara las etiquetas.
Dejo de ser Thomi, dejo de ser Thomy, dejo de ser Thomas, dejo de ser Thom, dejo de ser Toto.

Y me quedo sin nombre, sin forma, sin rostro.

A veces creo que lo entiendo. Luego lo olvido, como si la memoria también me rechazara. Soy como un rocío mañanero que nunca es igual al anterior: un mínimo cambio y ya no lo siento parte mía.
Ya no me siento yo.
Ya no me siento real.

El ciempiés, al darse cuenta de cómo camina, deja de poder hacerlo, Pienso demasiado en cada paso, en cada gesto, y termino enredado en mí mismo.

¿Por qué no puedo aceptar lo que dicen que soy?
¿Por qué me siguen tratando igual, aunque sepan lo que soy?
¿Por qué mi mente funciona así?
¿Qué habrán hecho mis padres para merecer un hijo que no puede sostenerse?

Soy un ciempiés caminando en espiral.
Un ciempiés que se arrastra dentro de mí.


0 Kudos

Comments

Displaying 0 of 0 comments ( View all | Add Comment )