Siempre he tenido esta incapacidad de desarrollar una idea de forma extensa. Siempre mis escritos se limitan a poemas o relatos cortos, la novela siempre se me ha resistido. Cada intento de escribir una novela ha sido tan absurdamente intenso que he sacrificado noches de buena comodidad para seguir escribiendo. Sin embargo, creo que el problema no radica en mi capacidad como escritor, sino en mi nula constancia. Quizás también influye el hecho de que, al no encontrar la forma de avanzar, la frustración me lleva a abandonar la novela o a convertirla en un relato corto. 

Si bien la poesía y los relatos cortos me permiten volcar emociones y pensamientos de manera más concisa, la novela exige un compromiso diferente. Requiere construir un universo entero, desarrollar personajes, sostener una trama a lo largo de muchas páginas. Y eso me aterra porque implica una exposición más prolongada, un compromiso con una idea que puede transformarse o, peor aún, desvanecerse en el camino. 

A veces pienso que la resistencia que tengo hacia la novela quizás sea una forma de protegerme. Si un poema es una herida rápida, una novela es una cicatriz que se va formando día a día, con cada palabra. Y yo, que apenas hace poco aprendí a sanar mis heridas, me pregunto si estoy listo para esto. Pero la idea persiste en mí cabeza. Tal vez algún día, la constancia no sea un problema, sino el resultado de una necesidad ineludible de contar una historia que no cabe en aquellos pocos versos que acostumbro escribir.