Esta es la última vez que escribiré para vos.

Seguramente no te vuelva a ver, pero quería por lo menos desahogarme.
Creí ciegamente en esa promesa, quizás puse demasiada fe en ella. Quería hacer las cosas bien, sin prisas para mejorar de verdad y lo hice. Pensaba hablarte en las vacaciones de invierno para que pudiéramos hablar tranquilamente, pero me dejaste de seguir y me dio miedo. Miedo de que hubieras dejado de esperarme, de que ya no me amaras. Estúpidamente, pensé que podría hablarte con una excusa, la excusa de “felicitarte en tu cumpleaños” o quizá al día siguiente, por eso esperé. Esperé hasta ese día con la esperanza de que sería mi oportunidad, y bueno, no funcionó.
A veces creo que fui medio ingenuo. Me aferré con todas mis fuerzas a una promesa que al final se volvió vacía. Me consolaba con la ilusión de que quizá me estarías esperando, pero no era verdad. ¿Por qué lo harías? Ya me esperaste un año entero, ¿qué razón hubieras tenido para esperarme más?
Como todo ser humano, yo me arrepiento de demasiadas cosas. Cosas que dije, hice y que también no hice y creo que ese es mi pesar. El haber cometido errores en el pasado que ya no puedo cambiar. Pero eso es algo normal, porque de esas cosas se aprende.
No escribo esto (igual no se si lo vas a leer) para hacerte sentir culpable o para pedirte una segunda oportunidad. Lo hago para liberarme, para soltar oficialmente esa esperanza que guardé por tanto tiempo y que, admito, me pesaba. Necesitaba decirlo para poder seguir adelante en paz.
Quiero agradecerte, de todo corazón, por el amor que me diste en su momento y por la tán maravillosa persona que sos. Llevaré los poemas que hice y no te di con cariño, porque atesoran recuerdos y sentimientos que fueron reales.
Esta es la última vez que escribiré sobre/para vos, musa. Creo que es lo más sano. Te devuelvo tu espacio y tu silencio, que al final era lo que me estabas pidiendo.
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