El arte de un ser rebelde
La rebeldía normalmente tiene varias etapas. La primera ocurre alrededor de los 2 o 3 años, cuando el niño comienza a buscar su independencia y desarrollo. Por eso tiene rabietas, se frustra fácilmente y resiste las órdenes. La segunda —y la más conocida— es en la adolescencia, una etapa de búsqueda personal y autonomía. En esta fase se cuestiona la autoridad, como la de los padres y maestros.
Ser rebelde es totalmente normal, y está bien. La rebeldía desarrolla creatividad, autenticidad, independencia y la búsqueda de un propósito.
Entonces, ¿por qué la sociedad ve tan mal ser rebelde? Se sataniza una etapa natural de la vida. La autoridad ve la rebeldía como una amenaza, como un desorden social, y teme perder su poder. Pero esto es absurdo. En vez de entenderlo como lo que es —una expresión de identidad—, lo ven como una queja o una falta de respeto.
La forma en que reacciona la autoridad influye muchísimo en esta etapa. Puede hacer que la rebeldía tome caminos más destructivos, y ahí es cuando ya no es normal. Es cuando aparecen las adicciones, los problemas mentales, el aislamiento social, entre otros. Todo esto por culpa de una sociedad que no supo escuchar ni responder ante nuevas ideas o propuestas.
Si lo analizamos, muchos políticos, artistas e incluso criminales surgieron como respuesta a esa represión. Aunque, en lo personal, creo que los políticos no suelen ser tan rebeldes. La mayoría parece estar ligada a la derecha, al poder establecido, mientras que los verdaderos rebeldes suelen estar más conectados con la izquierda, buscando respuestas distintas.
Está bien ser rebelde, siempre y cuando no dañes la vida, la integridad o la libertad de otros. Pero entonces surge otra duda: ¿de qué sirve ser rebelde si no se puede cuestionar el sistema, la autoridad o el orden establecido?
En lo personal, me parece válido hacer grafitis, organizar marchas, levantar la voz, hacer todo tipo de cosas en defensa de nuestras ideas o en busca de respuestas. Lo que no está bien es destruir la vida de alguien, atentar contra sus creencias o imponer lo que pensamos. No se trata de que piensen como yo, sino de que piensen al menos.
El problema de la sociedad es que tiene la mente cerrada y la boca abierta. Por eso surge la rebeldía. Tal vez no sea solo una etapa. Tal vez para algunos sea un estilo de vida. Y está bien, porque así eres tú.
Este mundo necesita más revoluciones de niños. Niños ruidosos, desordenados, que se atrevan a ser ellos mismos y desafíen a las familias “limpias y ordenadas”. Créanme: a muchos les haría bien enloquecer un poco. Incluso su salud mental lo agradecería.
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