No viviré de mi arte, eso ya es una dolorosa verdad.
Necesito de mi poesía para respirar,
pero tendré que trabajar en un oficio trivial
para coexistir con los demás, para no morir de hambre.

Las horas pesan y el arte se desvanece.
La musa se cansa, la energía decrece.
Un trabajo ajeno roba al espíritu su don,
dejando al artista con mucha frustración.

Doble es la pena en esta sociedad dual,
que admira el arte, pero niega su sustento.
La pasión es relegada al rincón del desdén,
sacrificada al dios del metal, en silencio.

Crear en los restos de un día sin fin
es una lucha constante, una herida putrefacta.
La identidad se diluye en la labor trivial,
un vacío profundo crece en el pecho.

Resisto en los márgenes de un mundo mecánico,
tejiendo versos en pausas clandestinas,
como un ladrón de tiempo, robo instantes al reloj,
para recordar quién soy entre rutinas.

No pido riquezas, ni fama fugaz,
sólo un lugar donde crear no sea un castigo.
Donde el pan no cueste tanto dolor,
y el arte no sea un enemigo.