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Me incomoda la normatividad

Título: Sobre la incomodidad con la normatividad y la importancia de la conciencia identitaria (es un ensayo que hice en la madrugada)

Introducción

     En los últimos años, hemos experimentado un creciente cuestionamiento a las estructuras normativas que organizan nuestras formas de relacionarnos, identificarnos y habitar el mundo. La heteronormatividad, la cisnormatividad, la normatividad física e incluso los marcos sociales y económicos tradicionales han comenzado a ser objeto de reflexión crítica desde diferentes espacios, particularmente en comunidades queer, artísticas y neurodivergentes. Este ensayo surge de una conversación con mi amiga Danna, en la que exploramos cómo muchas de nuestras incomodidades no se originan en la orientación sexual o identidad de las personas con las que nos relacionamos, sino en la imposición de normativas que rigen sus comportamientos, formas de expresarse y relacionarse con los demás.

La incomodidad con la heteronormatividad, no con la heterosexualidad

     Tanto Danna como yo compartimos la experiencia de sentirnos incómodos en entornos dominados por personas heteronormativas, sin que eso implica una incomodidad con la heterosexualidad como orientación. Mantenemos amistades con personas heterosexuales que, sin embargo, no reproducen las dinámicas heteronormativas tradicionales. El conflicto aparece cuando nos encontramos en espacios donde se impone una forma única de ser y de relacionarse, donde la expectativa de género y comportamiento es rígida y limitante. Esa incomodidad se manifiesta tanto frente a hombres como mujeres que siguen estas normas de manera crítica.

     Adrienne Rich abordó este fenómeno en su ensayo “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence” (1980), donde plantea que la heterosexualidad ha sido impuesta como régimen obligatorio más que como una elección libre. Judith Butler también señala cómo “una perspectiva heteronormativa ve al sexo, género y sexualidad como ideológicamente fusionados”, es decir, rígidamente conectados a través de un sistema de expectativas sociales (Butler, 1990).

     La diferencia radica en la conciencia. Personas como Ángel y Gael, aunque son hombres, no encajan en el molde del varón heteronormativo. Son conscientes de las normas de género y masculinidad que desafiaban. No por ello dejan de ser protectores o afectivos, pero lo hacen desde una horizontalidad, no desde una postura de superioridad. Como dijo Gael, él también se siente fuera de lugar con personas no queer, pues teme ser juzgado por no encajar en la idea tradicional de masculinidad. Esto coincide con lo que el autor Dan Michael Fielding describe como "queernormatividad": una reconfiguración consciente y ética de la forma de ser en el mundo desde lo queer.

La burbuja queer y la ignorancia recíproca

     Este fenómeno se replica también en otras amistades. Mi mejor amigo, por ejemplo, vive en una especie de burbuja queer y neurodivergente. Se rodea de personas que comparten no solo su identidad de género o sexualidad, sino también su forma de ver el mundo. Sin embargo, esto también lo lleva a evitar, casi inconscientemente, situaciones con personas que no encajan en esa burbuja, por considerar que no tienen nada en común. Esto puede derivar en una forma de ignorancia o desconexión: no se trata solo de tener gustos distintos, sino de una falta de empatía hacia realidades distintas, una incomprensión del contexto, vivencias y experiencias ajenas.

     En un estudio sobre literatura juvenil queer en Australia, se encontró que los relatos con personajes diversos favorecen el desarrollo de la empatía al reflejar experiencias de marginalización que muchas veces son desconocidas por la mayoría cishetero (ResearchGate, 2021).

La normatividad en sus múltiples formas

     A partir de esta reflexión, entendimos que no es únicamente la heteronormatividad lo que genera incomodidad, sino la normatividad en general. Tanto Danna como yo, por ejemplo, aunque no seamos heteronormativas, sí respondemos a ciertos cánones físicos normativos. Nuestra apariencia encaja dentro de lo socialmente aceptado, lo cual nos permite movernos en algunos espacios sin cuestionamiento. Esa aceptación superficial nos posiciona dentro de una normativa estética, incluso si nuestras identidades y formas de vida se alejan de ella.

     Aquí entra también la cisnormatividad. Danna ha vivido una crisis con su identidad de género que yo no he atravesado, lo cual me impide comprender completamente su experiencia. Este contraste entre nuestras vivencias evidencia que la empatía y la conciencia sobre las normas que nos atraviesan —y las que no— son fundamentales para comprendernos y convivir.

     Eve Kosofsky Sedgwick en *Epistemology of the Closet* (1990) expone cómo el binarismo entre homosexuales y heterosexuales es insuficiente para describir la complejidad de las identidades sexuales. Esto refleja la necesidad de romper con toda forma de normatividad que limita la comprensión de lo diverso.

La normatividad socioeconómica y otros discursos

     También discutimos si las normativas socioeconómicas pueden entrar en este mismo análisis. Concluimos que sí, aunque no en todos los casos. En contextos extremos, las diferencias de clase pueden generar experiencias tan excluyentes como las de género o sexualidad. Por ejemplo, reconozco que nunca podré compartir ciertas vivencias con personas como Natalia por su posición económica, pero soy consciente de mis privilegios, y esa conciencia es clave. Como dijo Danna: “Soy consciente de mí misma y lo que conllevo, pero ellos no son conscientes de sí mismos”.

     Esto se enlaza con otro tema importante: el discurso sobre la fealdad como experiencia similar a la vivida por personas trans. Ambas pueden implicar una forma de dismorfia y rechazo hacia el propio cuerpo, al no encajar con las expectativas normativas de género o belleza. Este sufrimiento tiene raíces sociales, y compartirlo puede generar puentes de empatía entre experiencias distintas, pero igualmente válidas.

La Facultad de Artes como espacio de no normatividad

     Nuestro contexto particular, la Facultad de Artes, funciona como una burbuja donde muchas personas no encajan en la norma tradicional. La mayoría de quienes se mantienen en este entorno tienen algo que los aleja de la normatividad. Por el contrario, quienes sí responden a las normas sociales suelen sentirse incómodos y se alejan. Creemos que esto sucede porque este tipo de espacios obligan a la autorreflexión: al estar rodeados de diversidad, sus paradigmas son cuestionados, y eso puede ser intimidante.

     Un maestro nos compartió una reflexión interesante: no estamos descubriendo algo nuevo, pero sí estamos viviéndolo desde un proceso de auto-descubrimiento. Esa vivencia tiene valor, pues la lucha por la visibilidad, la tolerancia y la comprensión ha sido larga y aún continúa. Vivimos en una época privilegiada, sí, pero también peligrosa, donde la exposición puede volverse tanto una herramienta de cambio como una fuente de vulnerabilidad.

Los riesgos de reproducir la segregación desde la diferencia.

     Uno de los riesgos de estos procesos es reproducir desde la diferencia la misma exclusión que se critica. El maestro compartió el caso de un comentario: “Ay pobrecito, te toca trabajar con puros hetero”, dicho por un chico queer a su novio. Si ese comentario se invirtiera (“pobrecito, te toca trabajar con puros gays”), sería escandaloso. Entonces, ¿hasta qué punto es incomodidad y en qué momento se convierte en intolerancia?

     En un foro online, una persona comentó: “Cuando los queers hacen cosas heteronormativas, siguen siendo heteronormativas”. Esta frase evidencia que incluso desde el interior de lo queer se puede seguir replicando lo normativo, si no hay reflexión crítica.

     Esta pregunta abre un debate importante. La falta de límites claros puede llevar a que se repitan dinámicas de marginación, incluso desde sectores históricamente oprimidos. Hay casos de personas que, habiendo sido parte de una minoría, cuando adquieren poder pueden ejercerlo sin conciencia, cayendo en las mismas formas de exclusión que antes padecieron. La empatía y la reflexión emocional son herramientas fundamentales para evitar esto.

Conclusión

     La conciencia de las normatividades —y de cuándo se rompen o se reproducen— es esencial para construir espacios más justos, empáticos y libres. No basta con rechazar lo normativo desde lo identitario si al mismo tiempo se replica la exclusión desde la diferencia. Comprender las múltiples capas de la normatividad —ya sea de género, estética, económica o cultural— nos permite vivir con mayor responsabilidad y humanidad. El reto está en reconocer la propia posición, asumir la incomodidad como un motor de autoconocimiento y construir puentes, no muros, entre los distintos mundos que coexisten en esta época de transición.



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