Abrí mi ventana, afuera estaba lleno de murciélagos carnívoros.
El soplo de sus alas y sus chirridos me aturdieron.
En un descuido, dejé que entraran. Se abalanzaron sobre mi.
Mordieron y masticaron mi carne lo suficiente para que se vieran mis huesos.
Y así, mis brazos y piernas perdieron toda forma y sentido,
y mi cabeza se mantuvo alzada apenas por un hilo.
Sentí como mi cordura se desvanecía mientras la luna me observaba y se reía, retorciéndose en el placer que encontró en mi desgracia.
Las estrellas y los pinos lloraban.
[27/04/25]
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