libelula

A veces quiero pensar que soy como una libélula. No por lo que soy ahora, sino por lo que aún podría llegar a ser. No por la ligereza de sus alas ni por su capacidad de volar entre el sol y la sombra, sino por todo lo que fue antes de alcanzar la luz. Porque antes de las alas, antes de los vuelos, está el agua. Está la espera. Está el tiempo en el que la libélula se oculta, crece en silencio, se despoja de lo que no le sirve. Y quizás, de alguna manera, yo también estoy en esa etapa.

He vivido bajo aguas oscuras, donde las emociones se sienten tan lejanas que pareciera que nada podría tocarlas. Hubo un tiempo en que me convertí en piedra, en una figura tan vacía que ni yo misma podía reconocerme. Era como estar sumergida en un sueño pesado, donde las risas se sentían ajenas y las palabras caían sin poder alcanzar. No sentía ni el calor ni el frío, solo el vacío que se deslizaba dentro de mí como una corriente indiferente.

Pero luego, algo cambió. Las aguas dejaron de ser tranquilas, se tornaron turbulentas y desbordaron. Y cuando las emociones llegaron, lo hicieron con tal fuerza que me arrastraron. Empecé a sentir demasiado, con una intensidad que me dolía. Fue como si el alma, que había permanecido en silencio, comenzara a gritar, a llorar, a quemarse con cada recuerdo, con cada palabra no dicha. Era un mar embravecido, un dolor que me recorría el cuerpo y la mente, como si todo lo que había callado finalmente se desbordara, inundando cada rincón.

En medio de todo eso, las personas se convirtieron en espejos rotos. Algunas fueron promesas que no se cumplieron, otras fueron golpes disfrazados de cariño. Fueron personas que me ofrecieron lo que creía que necesitaba, pero que al final dejaron más cicatrices que abrazos. Me vi reflejada en ellas, y el reflejo nunca me gustó. Como la libélula que, al principio, no sabe cómo ser, yo también me perdí en esas aguas turbulentas, tratando de encontrarme, tratando de volar sin saber si alguna vez podría hacerlo.

He cambiado tantas veces que ya no sé cuántos reflejos he dejado atrás. Como la libélula que se despoja de su viejo caparazón, he abandonado partes de mí que ya no servían, pero algunas de esas piezas aún me duelen al dejarlas ir. Sin embargo, incluso en los días más oscuros, hay algo dentro de mí que sigue buscando, algo que sigue esperando. La luz, el aire. El momento en que, al fin, pueda alzar el vuelo.

No sé si volaré lejos o si mi vuelo será solo un suspiro. Tal vez el cielo que alcance no será de este mundo, tal vez el vuelo será más interno que externo. Pero si llega el día, si algún día mis alas se abren, quiero que se sepa que no fue fácil. Que no nací con las alas desplegadas. Que luché, que me arrastré, que me rompí y me reconstruí.

Fui un ser cambiante. Un ser que, a veces, no sabía si sentir o dejar de sentir, y otras veces sentía demasiado, como si el alma no pudiera contener tanto peso. Pero ahí estaba. Cambiando, aprendiendo, creciendo en silencio. No siempre fui vista, no siempre fui entendida, pero estuve aquí, buscando ese instante en que pudiera brillar.

Como una libélula que nadie vio cuando era solo sombra… pero que, al final, logró volar, aunque fuera por un instante.

No quiero esconderme mas, quiero que todos me vean, todavía sigo debajo pero tengo esperanzas de poder volar lejos de la turbulencia y que mis alas se extiendan hacia lo alto. Siempre tuve miedo, pero tengo mas miedo de no poder alcanzar el aire y ahogarme.

Yo ya no soy yo, solo un rastro de aquello. Alguna vez fui una extensión, no de mí misma, sino de alguien más. Fui como una sombra que seguía el contorno de una figura que parecía tener todas las respuestas, como si me disolviera en su esencia.

También fui una roca, inmóvil y ajena a cualquier sensación. Incapaz de llorar, de gesticular emociones, de sentir más allá del frío silencio. Me convertí en una estatua, atrapada en un lugar sin tiempo ni movimiento, congelada en mi propio vacío, como una piedra que mira al mundo sin poder tocarlo.

Fui como un cristal, tan transparente que cualquier roce podía dejar una marca en mí. Cada palabra, cada mirada, se filtraba a través de mí como la luz a través de un vidrio delicado, haciendo que lo invisible se volviera dolorosamente visible.

Fui agua, siempre fui suave, susceptible, dispuesta a reflejar lo que me rodeaba. Me transformé en la forma de quienes me miraban, pero al final me disolví, me evaporé, me volví nada. La sensibilidad nunca fue un peso para mí; fue mi manera de existir, de absorber el mundo con toda su belleza y su crueldad.

Fui la tierra que se dobla ante la tormenta, pero nunca dejó de sentir la lluvia, siempre esperando que esa misma lluvia me alimentara para seguir creciendo, para ser algo más.


0 Kudos

Comments

Displaying 0 of 0 comments ( View all | Add Comment )