Sin título:
En el ápice de su terquedad, Resolvió internarse en el monte
Penetró la profundidad de casi quinientos árboles
Guiaban sus pasos las yemas de sus dedos (ya viejos, temblorosos), Que acariciaban con suavidad las ranuras de la madera, los orificios de la piedra y las fuertes raíces que pendían a la orilla del río, haciéndole de pasamanos.
Pues era insaciable la sed que le movía por esas aún desconocidas tierras, Y así se recostaba en total oscuridad a soñar con una lluvia de diamantes
“Porque él vio verde donde siempre hubo gris
Y dejaba-se caer con suavidad entre la hierba, que abrigaba sus manos y lo abrazaba a la tierra
Y al despertar, caminará el interminable
abismo en busca de una luz que su consciencia le prometió”
No es acaso la fortaleza del necio la más destructiva de las facultades humanas, que nos lleva a tomar por besos los tajos en los tobillos?.
Oreja al suelo, Consigue escuchar el galopar de una decena de caballos, Aproximándose al campo donde yacía, Inmóvil e imperturbable.
Y así comienza el viejo a festejar los repentinos golpes en su espalda, Filosos y despiadados. No hubo quien agradezca tanto cuán el miserable, Que rezó a los cielos cada moretón en su torso y cada impacto en la nuca.
La cuna (tumba?) de césped no amortigua los golpes, Pero lo mantiene en su lugar. Sufrirá entonces el solitario, aún rebosante en su rica idiotez, Y será apedreado su cuerpo hasta el cesar de sus gemidos.
"Fina sos, Espina sin rosa
Merodeás descalza la noche, Que hoy fue tu manto
Y son tan frías tus manos
Que apagan por un instante el ardor de mi frente
Y podrá para mí, existir otra cosa?”
-joablindd
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