Tengo una pesadilla sensorial que no se acaba y no se acaba
se repite dos tres cuatro siete veces, y tú no te calzas para venir a sacarme del sueño profundo que
me hace sufrir con uno de tus tantos puñales que como estoy ciega no supe distinguir
entonces me pregunto, cada una de las veces en que cierro los ojos, si sería conveniente permitir
que la noche oscurezca tranquila y que el espanto que eres se cuele con delicadeza a través de
todos los cerrojos hasta mi habitación, clave un puñal en mi frente, me lleve consigo y me haga
despertar para morir de inmediato
y poder salir de la pesadilla que siento se esparce con un hormigueo a través de mi cadera, mi
espalda, mi pecho y mi cabeza como una febril canción
y poder huir de la picadura del alacrán, poder zafar el alambre de púas que estruja este corazón
dejar finalmente que el día ilumine imperturbable con el alivio de tu presencia irreversible en mi
herida profunda
con tu presencia irreversible en lo profundo de mi ser, que más que insulsa, más que fría, se vuelve
preciada lejos de la vida en la que cierro los ojos para sumergirme en una pesadilla sensorial que no
se acaba si no es por ti
por tus puñales y machucones, por las agujas con que te acercas y los alivios que traen tus terapias
de choque
porque tiene que haber dolor de por medio para despertar, para descansar, para aprender, para
merecer, para crecer, para pertenecer y para querer.
y quiero que se repita dos tres cuatro siete veces
que te repitas dos tres cuatro siete veces
que me repitas dos tres cuatro siente veces
dos tres cuatro siete doce veinticinco setenta ciento ochenta veces
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