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Category: Life

Fui un niño, pero no pude ser un hombre.

CW: Homofobia, transfobia, suicidalidad y adicción.

No tenía problema con ser un niño.

Digo, había cosas que no me gustaban: yo quería jugar con muñecas, pero nunca se me permitió; cuando hablaba con otras niñas, otros niños (y a veces esas mismas niñas) confundían ese interés platónico con interés romántico, incluso a la corta edad de 8 años; la ropa de niño nunca me terminó de gustar, ni tampoco los cortes de cabello, así que toda mi infancia fui un niño con un muy mal sentido de la moda.

Pero en general, no tenía muchos problemas con ser un niño. Cuando estás en ese periodo de la infancia las personas te permiten algunas cosas que no permitirían en un hombre adulto. Lloraba mucho, y aunque los comentarios de ser una niña por eso no faltaban, en general me lo permitían porque era un niño. En mi memoria más antigua ya era un poco femenina, pero se me perdonaba porque las personas pensaban que “se me iba a pasar”. Mis gustos, el hecho de que me gustara High School Musical o las telenovelas, no despertaba mucha curiosidad, era un niño, no sabía. E incluso, a veces (cuando estaba sola con otras niñas, lejos de los adultos que les dijeran —o me dijeran a mí— que las cosas que hacía estaban mal) podía expresarme libremente.

Sin embargo todo cambió con la pubertad. No voy a hablar de cómo durante toda mi niñez tenía la fantasía de que cuando empezara mi pubertad me iba a desarrollar como una mujer, esas eran ideas de una niña muy imaginativa. Ni tampoco de lo traumático que fue que mi cuerpo cambiara a un cuerpo masuculino que yo no quería. No, lo que más me afectó fue la forma en la que la sociedad cambió sus actitudes conmigo. Lloré públicamente por última vez en segundo de secundaria, una experiencia tan vergonzosa que me costó más de una década recuperar la habilidad de llorar libremente. Mis intereses, más femeninos, de repente me alienaron de los otros niños; no podía relacionarme con ellos, sentía que algo dentro de mí era fundamentalmente diferente. Y las niñas (igualmente pasando por su propia experiencia traumática que es la pubertad femenina) me rechazaron: tal vez por el hecho de que reprimía tanto mi identidad que no era posible para ellas ver mi feminidad, y por lo tanto asumir que no era una amenaza; o tal vez el hecho de que en los primeros años intenté ser un hombre (lo que para mí significa actuar mejor que los demás, creerme la persona más perfecta del mundo) y por eso me veían como una verdadera amenaza. Lo que sea que haya sido, no podía tampoco refugiarme con las niñas como muchas mujeres como yo lo hacen.

Así que, a la corta edad de quince años, me di cuenta que para mí era imposible ser un hombre. No tenía lo que se necesitaba: no pude ignorar mis emociones, no pude obligarme a que me gustara su apariencia en mí misma, no pude obligarme a seguir todos los roles de género que los hombres deben de seguir; pero tampoco podía ser yo misma. Fui obligada a reprimir mi identidad de todas las personas, porque siempre que lo intentaba, cuando me empezaba a sentir cómoda con alguien lo suficiente como para demostrar mi verdadero ser, venían los comentarios que había escuchado toda mi vida: “gay, joto, maricón, niña”, todas palabras que mi propia familia hizo que sintiera verguenza que me las dijeran.

El resultado fue horrible. La adolescencia es tal vez la etapa más importante de tu vida, es cuando aprendes cómo ser una persona adulta, y yo, incapaz de ser un hombre, y tener prohibido ser una mujer, no pude ser nada. No era una persona, solamente un cuerpo viviendo sin rumbo, viviendo en piloto automático, con mi mente en otro lugar totalmente distinto, viviendo las cosas que me hubiera gustado vivir en la vida real. En mi mente, mi vida era hermosa. Pero en la realidad, era un adolescente varón que no hablaba con nadie y jamás salía de su cuarto.

Cuando llegué realmente a la adultez, me di cuenta que era imposible para mí vivir de esa forma, era obvio que necesitaba cambiar totalmente mi vida. Dejé la escuela sin terminar, y le conté a mi familia. No me fue bien. Pasé los siguientes cinco años en un horrible lugar, lleno de depresiones, intentos suicidas, alcoholismo, drogadicción, y la misma experiencia disociada. Hace casi un año, el 21 de noviembre del 2023, empecé mi tratamiento hormonal. No mucho ha cambiado desde que hice mi identidad transgénero pública: sigo viviendo en un lugar hostil hacia mi identidad, sigo siendo incapaz de ser un hombre, y sigo sintiendo verguenza de ser percibida como un hombre gay. Sin embargo, los cambios físicos (y psicológicos) que han hecho las hormonas me dan esperanza. Mi experiencia se siente menos disociada, siento menos ansiedad al interactuar con otras personas, y por primera vez en toda mi vida, a veces me veo al espejo y me gusta lo que veo.

Espero que en noviembre del 2025 pueda leer esto, pero viviendo realmente la vida que siempre he querido.


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