La luz dorada del sol victoriano iluminaba el palacio de los D'Angelis, creando un brillo cálido en los pasillos adornados con retratos de generaciones pasadas. Ciel el pequeño príncipe de apenas cuatro años, jugaba alegremente con los sirvientes del palacio, su risa resonando en las estancias como música infantil. Sus ojos azules brillaban con curiosidad, cada rincón del palacio era una aventura, cada sombra un misterio por descubrir.
Con el nuevo juego de besos en marcha, Lysander, sintiendo una mezcla de ternura y protectora devoción hacia su pequeño primo, decidió intensificar un poco la cercanía. Se inclinó hacia adelante, tomando suavemente la cintura de Ciel y levantándolo con delicadeza.
Ciel, sorprendido y encantado, soltó un pequeño gritito de alegría mientras Lys lo sentaba en su regazo. La calidez del cuerpo de su primo lo envolvió, y el pequeño no pudo evitar sonreír, sintiéndose querido y mimado en esos momentos.
—Mira, así es más cómodo —dijo Lys, sus ojos brillando con complicidad mientras lo acomodaba en su regazo.
—¡Sí! —respondió Ciel, riendo, mientras sentía el latido del corazón de Lys contra su espalda.
Lys comenzó a besar suavemente el cuello de Ciel, dejando que sus labios se deslizasen por la piel delicada y suave del pequeño. Ciel cerró los ojos, disfrutando de las caricias de su primo. Cada beso era como un pequeño toque de magia, llenando el aire con risas y dulzura.
—Te quiero, Ciel —susurró Lys, su voz suave y melodiosa.
—Yo también te quiero, Lys —respondió el pequeño, sintiendo una calidez en su pecho que no podía explicar del todo.
Mientras Lys continuaba besando su cuello, Ciel se dejó llevar por la sensación de amor y seguridad que le brindaba su primo. Las risas y los murmullos compartidos crearon un vínculo que iba más allá de las palabras; era una conexión inocente, llena de la pureza de la infancia.
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