La mañana se despereza a través de la ventana, y al abrir los ojos, un escalofrío me recorre el cuerpo. La imagen de Elion, su rostro agonizante, se disuelve en la confusión de mi mente, pero su esencia persiste, como un eco persistente que me atormenta. Me siento extraño, como si un velo de neblina cubriera mi ser. La claridad de los recuerdos se infiltra en mi mente, y la última imagen nítida que tengo es el golpe de mi padre, su patada cruel cortando el aire, y el sonido sordo de mi cuerpo al caer.
Me levanto de un salto, pero el terror se apodera de mí. Elion está solo, ni siquiera se si está vivo, y la idea me asfixia. A medida que mis pies tocan el suelo frío, siento una urgencia que me empuja a actuar. Sin embargo, cuando un rayo de sol se cuela a través de la ventana y roza mi piel, un grito de dolor escapa de mis labios. Es como si me estuvieran quemando vivo; la luz se siente como un fuego abrasador que consume mi carne. Me aparto de inmediato, llevando mis manos a la piel que se ha vuelto ceniza, mi corazón latiendo con desesperación, pero también se siente como si no latiera en absoluto.
Confusión y terror me inundan. Mientras aparto mi cuerpo de la luz, miro mis manos, y en un instante, la carne muerta de mi piel se regenera. La transformación es extraña, un milagro que me llena de miedo. Miro la ventana, mis pensamientos caóticos luchando por entender lo que me está sucediendo. ¿Por qué puedo sentir ese dolor tan agudo y al mismo tiempo ser capaz de sanar? ¿Qué soy?
Me apresuro a cerrar la cortina, dejando que la oscuridad me abrace una vez más. La luz del día se siente como un enemigo mortal, y en mi mente, una voz susurra que tengo que salir, tengo que encontrar a Elion. Abro la puerta con determinación, mi corazón palpitando con una mezcla de ansiedad y deseo. El pasillo se extiende ante mí, con ventanales que dejan entrar una luz dorada que parece brillar con una advertencia.
Sin embargo, el terror por Elion es más fuerte que la duda que se agita dentro de mí. Me lanzo hacia el pasillo, pero tan pronto como mi mano se adentra en el rayo de luz, el dolor vuelve a envolverme. Es un dolor insoportable, como si me estuvieran arrancando la piel, y me detengo en seco, incapaz de soportarlo. Retrocedo, mi mente en caos, tratando de comprender lo que está sucediendo.
No entiendo. ¿Por qué no puedo soportar la luz? ¿Qué me ha hecho mi padre? Las preguntas giran como un torbellino en mi mente, y la ansiedad crece al recordar a Elion, perdido en las sombras. Aún no comprendo la naturaleza de lo que soy. Solo sé que el miedo y la confusión me envuelven como un manto pesado, y la única certeza es que debo encontrar a Elion.
Siento que algo oscuro y desconocido se mueve dentro de mí, y mientras intento concentrarme, un profundo deseo de comprender lo que me ha sucedido empieza a surgir. La lucha por encontrar respuestas se convierte en una necesidad desesperada, mientras mis instintos de supervivencia y la necesidad de Elion se entrelazan en un juego de sombras, guiándome hacia lo que realmente soy.
Mis piernas comienzan a temblar mientras retrocedo hacia la oscuridad, dejando que las lágrimas broten de mis ojos. El miedo se apodera de mí, paralizándome. No puedo soportar este dolor, este frío que me invade desde lo más profundo de mi pecho. Me desplomo contra la pared, cubriéndome la cara con las manos, intentando contener los sollozos que amenazan con romperme por dentro.
El tiempo parece detenerse. Cada segundo es una eternidad. El sonido de mi respiración se mezcla con el eco de mis pensamientos, las horas transcurren lentas, dolorosas. El mundo a mi alrededor pierde todo sentido mientras me desmorono en mi desesperación. Solo puedo pensar en Elion, su rostro difuso, su voz apagada por el miedo.
Pero finalmente, tras lo que parecen siglos de oscuridad, el último rayo de sol desaparece. Sin dudarlo, me levanto y corro por el pasillo, ignorando el escozor de mis pies descalzos sobre el frío mármol. La necesidad de encontrar a Elion se convierte en una fuerza imparable que me empuja hacia adelante. Mi corazón late con fuerza, un latido irregular, roto, pero sigue impulsándome.
Al doblar una esquina, los veo. Víctor aparece junto a dos guardias, sus ojos llenos de esa frialdad que siempre me ha aterrorizado. Antes de poder reaccionar, siento sus manos agarrando mis brazos con brutalidad, arrastrándome hacia un destino que ya sé es peor que la muerte.
—¡Elion! —grito, luchando contra sus agarres, pero son demasiado fuertes. Mi cuerpo flaquea, mi voz se quiebra—. ¡Elion!
Me llevan a la fuerza hacia la iglesia. El aire denso y pesado apenas me permite respirar. Elion está allí, en el altar, su rostro pálido y manchado de lágrimas. Está atado a dos postes de madera, indefenso, mientras todo el pueblo lo mira con desprecio. Detrás de él, el verdugo sostiene una daga afilada, esperando la señal de Víctor, mi padre, para ejecutar lo que sé será el fin de todo.
—¡Padre, no! —grito con una voz desgarrada cuando los guardias me arrodillan frente a Elion. Intento liberarme, pero es inútil—. ¡Por favor, no lo hagas! ¡No le hagas daño!
Mis gritos resuenan por la iglesia, pero nadie parece escucharme. Víctor levanta una mano, deteniéndome con su mirada implacable, mientras Elion tiembla, sollozando en silencio, su cuerpo débil, indefenso. Nuestros ojos se encuentran por un breve instante, y todo lo que puedo ver en él es el miedo.
—Por favor... —mi voz apenas es un susurro—. No lo toques...
Víctor se acerca al altar, con una expresión de autoridad solemne y fría. Levanta las manos hacia el cielo, su voz reverberando por la iglesia.
—Dios todopoderoso, en este día de juicio, rogamos tu piedad y misericordia para este joven que ha caído en las garras del pecado. Elion Reverié, culpable de la abominación de la sodomía, ha sido marcado por su depravación. Te imploramos que perdones su alma antes de que sea purificada por el filo de la justicia. Que tu luz divina ilumine su oscuridad, y que su castigo sirva de lección para aquellos que deseen seguir el camino de la lujuria y el pecado.
Cada palabra de mi padre cae como un martillo en mi pecho, aplastando mi esperanza. El verdugo, con su rostro sin emociones, empieza a avanzar hacia Elion. Los pasos retumban en el suelo de mármol, como el presagio de una sentencia inevitable.
—Perdón... lo siento... por favor... —la voz de Elion apenas es un susurro entre sollozos. Su cuerpo tembloroso se agita, sus labios secos repiten esas palabras, como si pudieran salvarlo del destino que ya está escrito. Pero sus súplicas se hacen más fuertes, más desesperadas—. ¡No quiero morir! ¡¡Por favor, no quiero morir!!
El terror en su voz es insoportable. Siento que me estoy desmoronando desde adentro, mi corazón aplastado por la impotencia. No puedo hacer nada. ¡Nada! Grito su nombre con todo el aire en mis pulmones, mis brazos forcejean contra los guardias que me sostienen con fuerza inhumana.
—¡ELION! ¡¡ELION, NO!! —mis palabras se rompen en el aire, desgarradas por el miedo y el dolor. Mis manos intentan liberarse, pero es inútil. Veo el rostro pálido de mi amado contorsionarse de pánico mientras el verdugo se acerca más.
Elion se revuelve, sus sollozos se convierten en gritos desgarradores, su voz llena la iglesia con una angustia que cala hasta los huesos. Las lágrimas corren por su rostro mientras su mirada aterrada busca desesperadamente la mía. El verdugo levanta la daga, y la hoja brilla bajo la luz tenue de los candelabros.
—¡NO, NO, NO, POR FAVOR! ¡CYRIUS! ¡¡CYRIUS, AYÍDAME!! —Elion grita mi nombre con una desesperación que me atraviesa como un cuchillo. Mi garganta se cierra, ahogada en un sollozo, mientras sigo gritando, luchando contra mis ataduras.
—¡¡PAPÁ!! ¡¡PADRE, NOOO!! —mi voz se quiebra, pero nadie escucha. Nadie responde. El verdugo da el golpe final.
La daga corta con precisión la vena yugular de Elion. Un chorro de sangre roja y brillante se dispara, salpicando en todas direcciones. La iglesia, tan silenciosa momentos antes, ahora se inunda con el sonido metálico de la muerte. La sangre baña su piel y su cuerpo se sacude por el impacto. Salta en todas direcciones, manchando el suelo, las paredes... y a mí. Su sangre empapa mi cara, el sabor dulce y caliente llena mi boca.
Mi grito desgarrador resuena en todo el salón, un eco infernal que se mezcla con el repiqueteo de la sangre. Todo queda en silencio después de eso. El público, que antes observaba con expectación, ahora parece inmóvil, asustado por lo que acaba de presenciar. El acto celestial que mi padre había prometido parece más una ejecución demoniaca. Elion yace frente a mí, sin vida, su cuerpo colgando inerte de los postes.
Mis ojos no pueden apartarse de él, del rastro de sangre que sigue fluyendo, de la herida grotesca que lo ha despojado de todo, de la vida que me ha arrebatado. La culpa me consume. El peso de lo que he perdido es demasiado. Caigo al suelo, mi cuerpo temblando, mientras el grito que había empezado sigue resonando en mis oídos, incapaz de detenerse, incapaz de aceptar la realidad.
—Elion... —susurro, la voz rota, mientras el vacío me engulle.
El dolor insoportable de perderlo se mezcla con un deseo oscuro e irresistible, un instinto primitivo que no había sentido antes. Cada gota que pasa por mis labios aviva una llama que se extiende por mi cuerpo, y no puedo parar. Mi corazón se acelera mientras un impulso salvaje me consume. No puedo dejarlo ir. No puedo perderlo.
El dolor se transforma en algo más, en una necesidad feroz de devorarlo, de hacerlo mío para siempre. La calidez de su vida en mis manos, la fragilidad de su cuerpo, hace que mi desesperación se convierta en hambre. Mi cuerpo comienza a cambiar, siento una fuerza inhumana fluir a través de mis venas. Mis colmillos emergen por primera vez, afilados y sedientos. Mi piel se vuelve más pálida, como la muerte misma, y garras brotan de mis dedos, desgarrando las mangas de mi ropa.
Con una fuerza antinatural, me desprendo de los guardias que me sujetaban. Emana de mí un gruñido profundo, gutural, que resuena en toda la iglesia. El sonido es instintivo, demoníaco, y provoca un escalofrío en todos los presentes. La multitud se estremece, y hasta el verdugo retrocede con terror en los ojos. Le arrebato la daga de las manos, sin esfuerzo, y lo empujo a un lado.
Mis ojos solo ven a Elion.
Me acerco a él con cuidado, temblando de dolor y deseo, y lo tomo entre mis brazos. Su cuerpo, pequeño y débil, aún respira, apenas. Su pecho tiembla bajo mis manos, y su piel sigue teniendo ese calor que siempre me ha anclado a la vida. Lo abrazo con fuerza, mis lágrimas mojando su rostro ya cubierto de sangre.
—Elion... —susurro entre sollozos, mientras su cabeza se inclina débilmente hacia mí. Aún está vivo. Aún está aquí.
—Lo siento... lo siento tanto... —mi voz tiembla mientras acerco mis labios a su oído. Mi cuerpo se sacude con el peso de todo, de la culpa, del amor, del hambre—. Te amo, Elion... siempre te amaré.
Con la poca fuerza que le queda, Elion se inclina hacia mí, su cuerpo destrozado se rinde a mis brazos. Su respiración es errática, sus labios tiemblan, pero no puede hablar. Siento su vida desvanecerse, y la desesperación crece aún más.
No puedo dejarlo ir. No puedo perderlo.
Con suavidad, acerco mis labios a la herida abierta en su cuello. Su sangre sigue fluyendo, tibia y vital, y en un último acto de amor, lo devoro. Mis colmillos se hunden en su carne, y el sabor de su vida, de todo lo que es, llena mi boca. Me aferro a él con fuerza, mi mente dividida entre el dolor de su partida y el éxtasis de consumirlo. Estoy perdiendo lo único que he amado, pero al mismo tiempo, lo estoy haciendo mío para siempre.
Su cuerpo tiembla una última vez en mis brazos, y luego se queda inmóvil. El mundo a mi alrededor desaparece. Solo queda el vacío, y la sangre caliente de Elion, que ahora fluye dentro de mí.
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