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Category: Writing and Poetry

𝓥



Mi cabeza... late como si fuera a estallar.

El suelo frío es lo primero que siento cuando mis ojos se abren, pesados, apenas capaces de enfocar. La habitación a mi alrededor parece girar en círculos mientras trato de moverme, pero un dolor agudo me detiene de inmediato, arrancándome un gemido involuntario. El mundo se siente borroso, distante. Intento recordar cómo llegué aquí, pero las imágenes se escapan de mi mente como arena entre los dedos.

El suelo es duro bajo mi espalda desnuda, y cuando intento levantarme, el dolor que me invade desde la nuca hasta la espalda me fuerza a caer nuevamente. Me llevo una mano temblorosa a la cabeza, y cuando mis dedos rozan mi cuero cabelludo, siento la tibieza de la sangre que aún brota de la herida. La realidad empieza a hacerse más clara: el golpe, mi padre, Elion...

Elion.

Un miedo repentino me invade mientras las memorias se deslizan por mi mente confusa. Lo arrancaron de mis brazos. ¡No, Elion!

Intento levantarme de nuevo, con más fuerza esta vez, pero el dolor me atraviesa y me derriba al suelo una vez más, el sonido de mis jadeos llenando el silencio de la habitación.

De repente, algo cambia. Un aroma extraño flota en el aire. Lo noto apenas, entre la pesadez del dolor. Hay un frío que parece haber invadido la habitación, algo más oscuro que el simple vacío de la noche. Me estremezco, pero no tengo la energía para entender de dónde viene. Todo se siente fuera de lugar, como si el aire mismo se volviera más denso, más pesado.

Un estallido de vidrio irrumpe la calma, y mi mente apenas puede procesarlo antes de sentir un peso sobre mi espalda. Un grito ahogado se escapa de mis labios, pero el dolor y la confusión me mantienen prisionero en el suelo.

Una voz susurra en mi oído, fría, casi encantadora, pero lo que me causa un estremecimiento no son las palabras que no alcanzo a entender, sino el calor repentino de un cuerpo presionándose contra el mío, moviéndose sobre mi pelvis. Intento luchar, pero mis músculos no me responden. Estoy atrapado bajo el peso de alguien que no reconozco, pero que parece deleitarse en mi impotencia. Un gemido suave, demasiado cerca, llena el espacio entre nosotros.

El joven sobre mí no es humano. Lo sé en cuanto siento la vibración de su presencia, algo antinatural, algo que debería inspirar terror absoluto, pero estoy tan aturdido que apenas puedo distinguir realidad de alucinación.

Sus caderas se mueven lentamente, como si disfrutara del contacto, frotando su pelvis contra la mía de una manera que me llena de náusea. Su piel es fría, pero sus movimientos son calculados, y mientras me susurra cosas incomprensibles en mi oído, siento su aliento en mi cuello, frío y tentador.

Lucho por levantar la cabeza para verlo, pero el dolor me lo impide. Todo lo que puedo hacer es sentir la presión de su cuerpo, su cadera encajando en la mía con una precisión que me hace estremecerme de disgusto. El aroma de sangre fresca me rodea, mezclándose con su perfume, y de pronto lo entiendo: mi sangre. La herida en mi cabeza... le llama.

Con esfuerzo, alzo mi mirada lo suficiente para ver una figura sobre mí: es un joven de aspecto casi etéreo, con un rostro hermoso y pálido, sus ojos de un rojo intenso que me miran con una mezcla de hambre y placer. Su cabello es negro como la noche, cayendo en cascada sobre su rostro delicado, y está vestido de manera elegante, con un atuendo de mangas de tul, decorado con vuelos y puntillas que hacen que su apariencia sea aún más inquietante en contraste con el caos que acaba de desatar.

Su sonrisa es lenta, depredadora, y mientras me presiona aún más fuerte contra el suelo, mis sentidos se desmoronan bajo la presión. No es solo el dolor lo que me aturde, es el terror, el reconocimiento de lo que es: un vampiro.

—Tu sangre huele tan... dulce —me susurra al oído en un tono lascivo, mientras sus manos, frías como el hielo, se deslizan por mi cuerpo, explorando cada centímetro con una confianza perturbadora. Sus labios rozan la piel de mi cuello, y puedo sentir el anhelo en cada uno de sus movimientos.

El dolor en mi cabeza se intensifica, pero más que eso, el miedo me consume. Intento moverme, gritar, hacer algo, pero estoy paralizado bajo él. Me siento despojado de toda mi voluntad, reducido a un mero objeto en su juego perverso. Cada vez que intenta acercarse más, mi corazón late con más fuerza, golpeando contra mi pecho.

—No te preocupes... será rápido —murmura, mientras sus colmillos rozan la piel de mi cuello, listos para perforarla, listos para devorarme.

Sus movimientos se vuelven más deliberados, más lascivos. Su cadera se frota de nuevo contra la mía, esta vez con una intensidad que me provoca un nuevo gemido de dolor que apenas logro ahogar. Él lo escucha, lo disfruta. Lo noto en su sonrisa, tan llena de malicia, mientras sus ojos brillan enrojecidos por el hambre.

—Shhh... No te resistas —murmura con ese tono afeminado que ahora me resulta mucho más perturbador, goteando lujuria con cada palabra, cada sílaba arrastrada como una caricia malsana.

Con sus dedos largos y delgados, cubiertos por uñas afiladas que se asemejan más a garras que a las manos de un hombre, agarra con suavidad pero con fuerza mi barbilla. Su toque es una mezcla de delicadeza y control absoluto, obligándome a mirarlo directamente. El dolor en mi cabeza sigue latente, pero lo que más me asusta en este momento es la extraña sensación de rendición que se desliza en mi mente.

Inclina mi cabeza hacia un lado, exponiendo mi cuello vulnerable, la piel tensa y caliente bajo su fría caricia. Cada movimiento de su cuerpo parece estar sincronizado con su respiración pesada, mientras sus labios se acercan lentamente a mi cuello. Un gemido agudo, casi femenino, escapa de sus labios, repleto de placer anticipado, su lengua da una lamida a mi piel. El sonido es enfermizamente sensual, como si fuera incapaz de contener su emoción al estar tan cerca de mi sangre.

—Tan cálido... tan suave... —su voz ahora es apenas un susurro, casi ronroneando, mientras su lengua acaricia mi piel, y sus caderas continúan moviéndose, cada vez más intensas. Puedo sentir cómo su erección se frota contra mí, insistente, mientras su cuerpo delgado se desliza sobre el mío en una danza macabra de deseo y poder.

A medida que sus caderas presionan las mías, siento el calor de su excitación evidente rozarse contra mí, cada movimiento más lascivo que el anterior, como si su hambre no fuera solo por mi sangre, sino también por mi completa sumisión. Los rosados botones que sobresalen de sus pectorales rozan mi piel, y puedo sentir la fricción en su contacto, su placer retorcido y desenfrenado alimentado por mi impotencia.

—No luches... seré delicado —susurra mientras su boca finalmente se abre, y sus colmillos rozan la superficie de mi piel. El frío de su aliento en contraste con el calor de mi sangre es casi insoportable, y cuando al fin sus afilados colmillos penetran mi cuello, el dolor es agudo, pero más que eso, es la sensación de pérdida lo que me abruma. Es como si el mundo se redujera a ese único punto de contacto, ese mordisco que me roba no solo la sangre, sino mi voluntad.

El gemido que escapa de sus labios mientras bebe de mí es intenso, agudo y lascivo. Se aferra a mí con sus delicadas manos, y sus caderas se mueven con un ritmo frenético, rozando su erección contra mi pelvis mientras succiona mi sangre con avidez, cada trago llenando su cuerpo de vida y poder. Siento cómo mis fuerzas me abandonan con cada gota de sangre que me roba, y su placer parece crecer con cada segundo, sus movimientos más desesperados y llenos de lujuria.

Mis pensamientos se desmoronan, mi conciencia se desvanece en el abismo mientras su voz afeminada, entrecortada por sus gemidos, me envuelve en una oscuridad de la que temo no poder escapar.

De pronto, me encuentro en un vacío oscuro e infinito, un lugar donde el tiempo y el espacio parecen no existir. Caminar en este paisaje desolado es extraño; no hay nada a mi alrededor, solo una profunda sensación de aislamiento. Mis pasos son suaves, casi como si el suelo no fuera más que una ilusión bajo mis pies. Hay un eco distante, un murmullo que me llama, pero no hay forma de saber de dónde proviene.

A medida que avanzo, una corriente de energía comienza a acumularse dentro de mí, y un placer indescriptible me atraviesa, intenso y profundo. Siento que mis músculos se relajan y se tensan a la vez, como si estuvieran atrapados en un juego de luces y sombras. De repente, el placer se convierte en una ola abrumadora que me derriba, y caigo al suelo, perdido en un abismo de sensaciones.

En el instante en que mi cuerpo choca con el suelo, la oscuridad se disipa y la realidad vuelve a envolverme. Mis sentidos se agudizan, y me despierto en un mundo donde el aire es denso con la fragancia de la sangre. El dolor punzante en mi cuello me recuerda lo que he perdido, pero es el sabor metálico en mi boca lo que me consume por completo. Normalmente, este sabor me resultaría desagradable, repulsivo, pero ahora es celestial, como si cada gota de sangre que me empapa fuera un néctar divino que me llena de vida.

Mis ojos se abren, y descubro que estoy siendo besado, la lengua cálida de alguien más deslizando entre mis labios, con una pequeña herida que libera su sangre en mi boca. En ese instante, todo lo demás se desvanece; no hay dolor, no hay miedo, solo el deseo que me consume. Mi cuerpo responde por sí mismo, mis manos se aferran al joven que se encuentra sobre mí. Su piel pálida y suave es un regalo que no puedo rechazar, y, sin pensarlo, empiezo a mover mis caderas junto a las suyas, sintiendo cómo el placer crece entre nosotros.

Un gemido escapa de mis labios, un sonido que es tanto una súplica como una respuesta. La herida en mi cuello sigue goteando, y siento cómo la sangre se mezcla con el deseo desenfrenado que arde en mi interior. El joven sigue besándome, su aliento se entrelaza con el mío, y cada roce, cada presión de su cuerpo contra el mío, me hace temblar.

Las sensaciones se intensifican, y me dejo llevar por el momento, entregándome al placer que fluye entre nosotros. La conexión es palpable, y aunque no sé quién es, lo deseo con una intensidad que me aterra. Me empuja a los límites de mi propio ser, y en cada movimiento, en cada gemido compartido, siento cómo el mundo que nos rodea se desmorona, dejándonos atrapados en esta burbuja de euforia.

—Más... —susurro entre los besos, sin poder contenerme. Deseo que nunca termine.

A medida que el beso se intensifica, siento la energía de este joven fluyendo en mí, su calidez me envuelve en un abrazo ardiente que me hace olvidar todo lo demás. Pero, de repente, una inquietante temblorosa comienza a recorrer su cuerpo, como si la vitalidad que una vez brillaba en él se desvaneciera lentamente. Su fuerza parece fluir de su cuerpo, y mis instintos se agitan con preocupación.

Intenta separarse, sus manos empujan suavemente mis hombros, pero yo no puedo permitir que eso suceda. No puedo dejar que nuestros labios se separen; el sabor de su sangre, ese elixir divino que llena mi ser de energía, me consume por completo. Me inclino hacia él, mis labios buscando su calor una vez más, mientras su respiración se vuelve irregular y agitada.

Mis manos se aferran a su rostro, intentando mantenerlo cerca, mientras un torrente de deseo me envuelve. Aunque su cuerpo se tambalea, yo me niego a soltarlo. Cada segundo que pasamos juntos es un placer que no estoy dispuesto a perder. La mezcla de nuestras respiraciones crea un ritmo casi hipnótico, y el dulce sabor de su sangre me arrastra a un abismo de placer.

Siento cómo sus caderas se mueven contra las mías, pero su energía se desvanece. Estoy consciente de que su vida se apaga lentamente, y eso despierta una voraz necesidad en mí, un instinto que me empuja a aferrarme a él con más fuerza. Mis labios se cierran alrededor de los suyos, incapaz de dejarlo ir, incapaz de aceptar que este momento podría desvanecerse. Un fuego ardiente recorre mi cuerpo, y aunque el joven parece tambalearse, mi determinación no hace más que aumentar.

Quiero más, necesito más de él. La voracidad de mi deseo crece, y mientras lo beso con desesperación, me doy cuenta de que la conexión que sentimos es más fuerte de lo que imaginaba. No puedo dejar que se escape, no puedo permitir que su luz se extinga ante mí. La lucha interna se intensifica, y en mi mente, una sola palabra resuena con fuerza: Sujétalo.

Mis manos se deslizan por su espalda, buscando sostenerlo con firmeza, mientras mis labios se aferran a los suyos, empujándolo a perderse aún más en este beso que parece desafiar la lógica. La dulzura de su sangre se convierte en un anhelo incontrolable, y en ese instante, lo único que deseo es absorber su esencia, hacer que se quede conmigo, aunque sea un segundo más.

Con fuerza, logra empujarme contra el suelo, desprendiendo mis labios de los suyos. El impacto contra el suelo es brutal, y aunque el dolor es agudo, hay algo extraño en la forma en que se disipa. Me llevo la mano a la nuca, y la confusión me embarga al no encontrar ningún rastro de la herida. Mis dedos recorren el cuero cabelludo, y por un momento, el asombro reemplaza al miedo. Sin embargo, antes de que pueda procesar lo que ha sucedido, el joven de belleza sobrenatural se aleja, sus labios manchados de sangre y el resplandor de sus ojos rojizos son la última imagen que se queda grabada en mi mente.

En su salida, un aire de misterio y peligro se cierne sobre mí, dejándome una sensación extraña y abrumadora. Me quedo en el suelo, aturdido y todavía sintiendo la calidez de sus labios, pero a medida que la confusión se disipa, un sentimiento de debilidad comienza a invadirme. Con esfuerzo, me levanto y me arrastro de vuelta a la cama, donde el peso de la realidad comienza a aplastarme.

Mientras me dejo caer sobre las sábanas, la sensación de vacío se intensifica. 

El silencio en la habitación es pesado, y mientras la confusión se disipa, el horror comienza a apoderarse de mí. Cierro los ojos, y de repente, estoy ahí, en un recuerdo distorsionado, donde la esencia de Elion fluye como un veneno a través de mi mente. Su imagen, su voz, su risa, se entrelazan con un dolor tan profundo que siento que me atraviesa como un puñal.

Elion, tan hermoso y frágil, aparece ante mí, sus ojos, ahora teñidos de rojo sangre, brillan con una mezcla de amor y agonía. Puedo verlo, puedo sentirlo, como si su esencia estuviera a mi alcance. En este recuerdo, mis manos se convierten en garras, y en un instante perturbador, estoy sosteniendo su corazón, pulsante y cálido, entre mis dedos. La sensación es surrealista, como si pudiera ver y sentir cada latido del sangriento trozo de carne, mientras aprieto el órgano vital con fuerza.

Su corazón late con desesperación, y a medida que lo aprieto, siento cómo su ritmo se acelera. Es como si lo estuviera estrangulando, y una oleada de placer y horror me inunda al mismo tiempo. En este cruel juego de memoria, Elion parece sufrir, sus ojos me miran con terror, entre lágrimas, y su aliento se convierte en un susurro quebrado que reverbera en mi mente. "Cyrius, Sálvame...".

Mi corazón, ya debilitado por el dolor y la tristeza, comienza a latir con dificultad. Siento que la vida se escapa de mí, mientras su aliento se vuelve cada vez más entrecortado. Las sombras del recuerdo se vuelven más intensas, y puedo ver su rostro distorsionado por el sufrimiento. Es una agonía que nunca sucedió, pero en este momento, se siente tan real. Elion está aquí, pero también está sufriendo, como si yo estuviera robándole cada resquicio de vida.

Sus ojos brillan con lágrimas, y en un instante espeluznante, siento como estoy aplastando su corazón, como si lo estuviera desgarrando, y en ese acto cruel, mi propio corazón deja de latir. La realidad y la pesadilla se entrelazan, y en este abismo de desesperación, Elion gime y se retuerce, su figura desvaneciéndose mientras mi mano lo aprieta con furia, como si tratara de mantenerlo aquí, aún sabiendo que su agonía es el resultado de mi deseo egoísta.

Siento su sangre caliente y espesa escurriendo entre mis dedos, un líquido carmesí que mancha mis manos y se mezcla con la desesperación que crece en mi pecho. A pesar de su sufrimiento, el sabor de su vida se convierte en mi necesidad, una locura que me consume por dentro. La escena se vuelve más grotesca, más visceral. Los ecos de su dolor se multiplican, resonando en mi mente mientras lucho por aferrarme a su imagen, y cada latido que le quito es una punzada en mi propio corazón.

Apreté su corazón con desesperación, sintiendo cómo la vida se desvanecía entre mis dedos, su sangre caliente manchando mis manos. El eco de su agonía resonaba en mi mente, un grito sordo que nunca podría borrar. Al final, todo se detuvo; su cuerpo quedó inmóvil bajo el mío, y el vacío que dejaba me devoró.

El frío se apoderó de mí mientras el peso de lo que había hecho se desmoronaba sobre mis hombros. Con un último gemido de desesperación, cierro los ojos y me dejo caer en la oscuridad, perdido, solo, y maldito.



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