skylar's profile picture

Published by

published
updated

Category: Books and Stories

𝕴𝓥



Mientras lo observo dormir, acurrucado entre mis piernas, con su rostro escondido en mi pecho, todo parece tan irreal. Cyrius, el único que siempre quise tan cerca de mí, ahora duerme plácidamente, envuelto en la misma calma que me arrebató el sueño. Me pregunto, ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo fue que nuestras vidas, llenas de miedos y secretos, nos condujeron a este momento?

Esa noche fue la primera vez que compartimos algo tan íntimo, algo que aún ahora, mientras lo rememoro, me hace estremecer. Fue doloroso en algún punto, pero también hermoso. Cyrius, tan cuidadoso, entregado, y yo, perdido en el caos de sensaciones, de emociones que no sabía ni cómo entender. ¿Estábamos preparados para lo que sucedió? Claro que no. Ninguno de los dos tenía idea de lo que hacíamos realmente, pero lo necesitábamos, más de lo que entonces llegué a entender.

—Te amo— murmuró aquella noche, y lo sabía, lo sentí en cada una de sus caricias, en cada mirada que compartimos en medio de todo el miedo y la confusión.

El calor de su cuerpo contra el mío me ancla al presente, pero mi mente sigue vagando. Pienso en lo que significó esa noche para nosotros dos. En ese momento, pensé que aquello lo cambiaría todo, que me destruiría, pero aquí estoy, con su respiración tranquila haciéndome sentir completo, como si no hubiese lugar más seguro que este, con él.

Esa noche no fue solo el primer momento de intimidad física, fue la primera vez que sentí lo que era realmente entregarse a alguien. No era solo el acto en sí, ni el placer, ni siquiera el miedo al dolor. Era algo mucho más profundo. La sensación de pertenecer a alguien, y que esa persona te pertenezca de la misma manera. La vulnerabilidad absoluta por parte de ambos.

—Cyrius...— susurré su nombre más de una vez en la oscuridad, y aún ahora lo repito en mi mente.

Desde ese entonces, pasaron siete años. Siete años que transcurrieron entre secretos y sombras, escondidos de miradas y juicios implacables. Nuestro mundo se redujo a los momentos robados entre los árboles, en el prado donde una vez nos encontramos, y en las paredes de esta habitación que, aunque tan familiar, también era un refugio de nuestro amor prohibido.

Es una preciosa noche de septiembre, mes en que lo conocí. La brisa suave entra por la ventana, trayendo consigo el aroma de las flores nocturnas que florecen en el jardín. Cyrius duerme en mi pecho, acurrucado como un niño, después de hacer el amor, su rostro sereno reflejando la calma que habíamos encontrado en ese rincón del mundo.

Lo observo mientras su respiración se asienta en un ritmo relajado, sus labios ligeramente entreabiertos, como si estuviera atrapado en un sueño profundo y placentero. A pesar de la vida tumultuosa que llevamos, hay  algo tan mágico en estos momentos de nuestra vida. Me pierdo en la suavidad de su cabello, en la forma en que su cuerpo encaja perfectamente con el mío.

Puedo sentir el latido de su corazón contra mi pecho, un recordatorio constante de que estamos vivos, juntos, a pesar de todo.

De pronto, la puerta se abre de golpe, rompiendo la paz de la noche. Víctor, el sacerdote, entró sin previo aviso, su figura imponente llenando la habitación de una sombra ominosa. Con un movimiento brusco, me arrancó de la cama, sus manos frías como el acero sujetándome con fuerza, despojándome de la seguridad que había encontrado en los brazos de mi amado.

El sonido de la puerta chirriante reverberó en mis oídos, y la tranquilidad se evaporó en un instante, dando paso al pánico. Cyrius despertó aturdido, sus ojos parpadeando mientras me buscaba entre las sábanas desordenadas. Su mirada se detuvo en mí, y un grito ahogado se escapó de sus labios al ver la brutalidad con la que su propio me sujetaba. Yo no llevaba ninguna prenda encima, estaba en el estado más vulnerable posible.

—¡Papá, no!— su voz tembló como el viento, cargada de desesperación mientras corría hacia nosotros. Su cuerpo, en un intento desesperado por protegerme, se lanzó hacia mí, sus brazos rodeando mi cintura. Pero la fuerza de ese hombre era implacable, y yo me sentía como un niño atrapado en una pesadilla.

La angustia creció entre nosotros, como un monstruo que devoraba cada rincón de la habitación. Víctor nos miró con una frialdad que cortaba el aire, como un depredador que había atrapado a su presa en una trampa mortal. Con un movimiento brusco, intentó separarnos, y en medio de la lucha, el dolor surcó mi brazo, un agudo crujido resonó en el aire cuando se rompió. El grito que salió de mis labios fue un eco de la agonía que atravesaba mi cuerpo, mientras el mundo a mi alrededor se volvía una vorágine de terror.

—¡Elion!— la voz de Cyrius se elevó, llena de terror, mientras su mirada se llenaba de desesperación. Se aferró a mí con una fuerza increíble, tratando de protegerme, pero el horror del momento nos consumía. Ambos, llorando, nos miramos con el pánico en nuestros ojos, recordando cada vez que habíamos sido separados en el pasado.

A medida que el hombre nos separaba, el tiempo se distorsionó. Nos convertimos en los niños que alguna vez fuimos, pequeños y vulnerables, temerosos de la oscuridad que se cernía sobre nosotros. La escena se transformó, y de repente, éramos aquellos niños asustados, abrazándonos con fuerza en medio de la oscuridad. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas, reflejando el dolor de un pasado que nunca había dejado de atormentarnos.

Su padre, al ver nuestra unión, se enfureció aún más, y en un arranque de furia, me tiró con tal violencia que me vi arrastrado, casi deslizándome de las manos de Cyrius. En ese segundo, el terror se volvió palpable, y el aire se llenó de gritos desgarradores. Ambos, con lágrimas que manaban de nuestros ojos, intentamos aferrarnos el uno al otro, pero la cruel realidad nos separó en un instante.

—¡No!— grité, mientras nuestras manos se estiraban, intentando alcanzar la calidez del otro.

En un momento de horror absoluto, el mundo parecía desvanecerse, y todo lo que conocíamos se volvió un caos. La imagen de Cyrius, con el rostro empapado en lágrimas, se grabó en mi mente mientras luchábamos por no ser separados. Era como si el tiempo se detuviera, y todo lo que había querido, todo lo que habíamos construido, se desmoronara frente a nuestros ojos.

El terror se apoderó de mí, y en un acto instintivo, me aferra a la puerta, mis uñas arañando la madera con desesperación. Sentí cómo se rompían, la sangre brotando de mis dedos mientras luchaba por mantenerme en el único lugar que sentía seguro. Pero Víctor no mostró piedad; su fuerza era abrumadora. Con un tirón brutal, me despojó del marco de la puerta, desgarrando mis manos de su agarre.

—¡No, por favor!— grité, el sonido desgarrador de mi voz resonando en la habitación mientras caía al suelo, desolado, rallando las paredes del pasillo, dejando manchas de sangre.

Cyrius, al ver lo que ocurría, corrió hacia mí con la determinación de un niño que no entiende la magnitud del peligro que enfrenta. Pero ese tipo, en un arrebato de furia, le lanzó una patada. El impacto fue brutal, y vi cómo Cyrius caía al suelo, su nuca rebotando en el suelo y la sangre brotando de su nariz mientras quedaba medio inconsciente.

—¡Cyrius! ¡¡NO!!— mi grito fue un eco de desesperación, un llanto desgarrador que atravesó la habitación y se hundió en mi corazón. La imagen de su cuerpo en el suelo, vulnerable y herido, me consumió con una desesperación indescriptible.

El grito de Cyrius resonó en mis oídos mientras sentía cómo el miedo se apoderaba de mí. Su padre, sin dudarlo, cerró la puerta con un golpe sordo, asegurándola con la llave. La sensación de claustrofobia se instaló en mi pecho mientras él me arrastraba, mis pies apenas lograban seguir el ritmo de su furia.

—¡No! ¡Suéltame!— gritaba, luchando por escapar de su agarre, pero su mano era un hierro que me mantenía prisionero. Mis uñas se desgastaban, mis dedos sangraban aún más al intentar liberarme. Pero él no mostró ninguna compasión.

Cyrius quedó atrás, gritando mi nombre, su voz llena de horror y desesperación. Cada paso que me alejaba de él era una puñalada en mi corazón. En su mirada había un rayo de esperanza que se apagaba lentamente, y eso me dolía más que cualquier golpe.

Víctor me arrastró por el pasillo, la oscuridad a nuestro alrededor se hacía más profunda a medida que nos acercábamos a los calabozos subterráneos, bajo el convento. Sabía lo que significaba. Ese lugar al que solo los sacerdotes tenían acceso, donde los que eran considerados pecadores eran llevados, donde se borraba cualquier rastro de humanidad.

La puerta de hierro se cerró con un estruendo detrás de nosotros, y el eco resonó en la penumbra como un presagio de lo que vendría. El aire se volvió frío, y el olor a moho y suciedad invadió mis sentidos. Mis piernas temblaban, pero cada intento de resistencia solo hacía que la ira de aquel hombre aumentara.

—No te permitiré corromper el alma de mi hijo— susurró Víctor con una voz cargada de desprecio, empujándome hacia la oscuridad. La desesperación me envolvía por completo, y cada grito de Cyrius, apagado por la distancia, se convertía en un eco lejano que solo incrementaba mi miedo.

El pasillo se alargaba como un túnel interminable, cada paso que daba era una sentencia, una separación irreparable de lo que habíamos compartido. El peso del mundo caía sobre mis hombros, y mi único pensamiento era Cyrius, herido, solo, atrapado en la oscuridad de su propia pesadilla.

Y en ese momento, lo supe: esa noche lo cambiaría todo. Nada volvería a ser igual.

Con un último portazo, la oscuridad me engulló.



0 Kudos

Comments

Displaying 0 of 0 comments ( View all | Add Comment )