Está bien, todo acaba en un susurro
como el eco del viento que cruza el muro,
y aunque no soy más que una sombra fugaz,
el río sigue su curso sin mirar atrás.
No soy memorable, soy polvo en el viento,
pero en cada caída hallé un nuevo aliento.
Probé el sabor del sol en la piel,
y el frío mordaz de un ocaso cruel.
Está bien, porque en cada tropiezo sentí
un pedazo de vida que ardía en mí.
Probé caminos, algunos oscuros,
otros me llevaron a cielos más puros,
pero en el dolor hallé mi hogar,
en el veneno, la dicha de respirar.
Las malas decisiones fueron mi abrigo,
me quemaban, sí, pero eran mi amigo.
Me hacían sentir vivo, mientras me ahogaba,
una vida de mierda que al fin me abrazaba.
Está bien, porque aunque me mataban,
sus garras ardientes mi pecho llenaban.
Conocí gente de rostros sinceros,
almas de nieve y corazones de acero.
Fui amado como el fuego en la hoguera,
que arde brillante pero pronto se apaga y espera.
Odiado como la lluvia que no cesa,
que enciende la furia en la tierra espesa.
Olvidado, como un viejo poema,
que pierde su rima y se vuelve problema.
Está bien, porque en cada rechazo
aprendí a sanar, aprendí a ser apto.
Voy a descansar, dejaré todo en calma,
que el tiempo cubra de polvo mi alma.
Dormiré en la paz de la luna menguante,
olvidaré este presente que me es distante.
Dormiré y en el sueño hallaré
el refugio que tanto busqué.
Seré olvido, seré silencio y mar,
un eco perdido que nadie va a encontrar.
Está bien, porque en mi ausencia,
quizás ellos hallen la esencia
de ser mejores, de crecer sin mí,
y tal vez, al fin, yo también podré huir.
Merezco el olvido, lo sé muy bien,
merezco la sombra que cae sin fin.
Tal vez hice sonreír con palabras al viento,
pero también herí sin saberlo en el intento.
Y por eso me abrazo a esta oscuridad,
porque en ella encuentro mi verdad.
Me convenzo de que este es mi destino,
un paso perdido en el vasto camino.
Pero al final, tras todo este vaivén,
lo sé en el fondo: estaremos bien.
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