Sin duda he tenido mejores días.
Días donde realmente mi existencia no pesa tanto, donde mi cuerpo no se siente apretado e incómodo, días donde mi desgastado cerebro eleva una hermosa bandera blanca. Una tregua momentánea.
Sin duda he tenido mejores días, aunque estos no entren en esa categoría.
Observo como mi cuerpo se deforma ante mis ojos, mi cara se derrite entre mis manos, sus accesorios se mueven y yo solo puedo contemplar frente al espejo la imagen de un monstruo horrendo, una bestia salida de cualquier pesadilla; el traje humano aprieta, se descalza, pero nadie parece notarlo mas que yo.
Nadie nota como las afiladas espinas rompen la suave piel, desgarrando el sistema desde adentro y expandiéndose por todos los sitios visibles, lastimando a su paso. Ignoran como los perlados dientes se deforman y atraviesan la propia carne, creciendo para lastimar, devorar.
Lo roto palpita, ruge en dolor, nada se cura y todo sigue supurando negra viscosidad.
Los ojos estallan en sus cuencas, las heridas crecen visibles ante todos, se deforma la vida propia, el ser. La agonía se hace latente entre gritos, rugidos y chillidos lastimeros.
Nadie ve, nadie oye.
A nadie parece importarle como se tuerce mi existencia, como abandona humanidad coherente y sufre.
Estalla.
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