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La soledad de un abrazo negado. 



Sentirse sola, una vez más, es una sensación que no creía volver a experimentar. No se trata de la soledad de estar básicamente sola, sino de la soledad de un abrazo negado, de una conexión que se rompe con cada palabra que me recuerda que "te hago daño".

 

El dolor que siento, profundo y persistente, no es algo que haya surgido de la nada. Es un eco de las mismas palabras que me repiten una y otra vez, un dolor que se reproduce en el mismo lugar, en el mismo punto sensible de mi alma. Y sí, entiendo que las palabras duelen, pero ¿quién las elige? ¿Quién decide que la culpa reside en mí, en mi forma de sentir, en mi necesidad de un abrazo que me reconforte?

 

Es como si la distancia, la frialdad, se convertirían en una barrera impenetrable. Un muro que se levanta con cada intento de acercarme, con cada palabra que busca comprensión y un poco de calor humano.

 

Es frustrante, doloroso, sentir que la culpa se convierte en un arma arrojadiza, un escudo que te protege de la responsabilidad de tus propias acciones. ¿No será que el dolor que siento no es más que un reflejo del dolor que tú también llevas dentro? ¿No será que la insistencia en repetir el mismo dolor en el mismo lugar, es una forma de evitar mirar hacia adentro, de evadir la responsabilidad de sanar las heridas que nos separan?

 

Y sí, reconozco que la culpa es un peso pesado que a veces me paraliza. Pero ¿quién me enseñó a cargar con ella? ¿Quién me hizo creer que era mi responsabilidad hacer que el dolor desapareciera, que era mi culpa que no me abrazaras?

 

La verdad es que la soledad de un abrazo negado duele más que cualquier otra. Es la soledad de un corazón que busca conexión, que anhela sentir el calor de un abrazo que le diga que no está sola, que no está equivocada, que no está dañando a nadie. Es la soledad de un alma que necesita ser escuchada, comprendida, y que se ve obligada a llamar por miedo a las mismas palabras que la hieren.

 

Tal vez, algún día, la distancia se desvanezca y el dolor se transforme en comprensión. Tal vez, algún día, el abrazo que anhelo se convertirá en un puente que nos una, en un espacio seguro donde la culpa deje de ser un arma y se transforme en un camino hacia la sanación. Hasta entonces, solo me queda la esperanza de que la soledad no me consuma, de que la fuerza de mi corazón resista el peso de las palabras que me hieren, y que la búsqueda de un abrazo que me reconforte no se desvanezca en la distancia.


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