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Category: Writing and Poetry

entrada #2

Capítulo 2 – Two Birds.

 

Durante un largo periodo de mi vida, alrededor de cinco años, desde los nueve, me sentí atrapada en un dolor profundo y constante. Todo comenzó con la muerte de mi mejor amiga, Sofía, una pérdida que desmoronó el mundo que conocía y me lanzó a un torbellino emocional. Su partida fue como un golpe seco en el pecho que dejó cicatrices invisibles, pero profundas. La tristeza, la confusión y el vacío se convirtieron en compañeras constantes, y la vida, que alguna vez había sido vibrante, se tornó en una serie de días grises y pesados.

En el transcurso de esos años, me vi envuelta en un ciclo interminable de sufrimiento. Cada día parecía una repetición del anterior, un eco de dolor que resonaba sin cesar. El duelo y el sentimiento de pérdida se arraigaron tan profundamente en mí que, eventualmente, se convirtieron en la norma. Me acostumbré a vivir con el peso de esa tristeza, como si hubiera aceptado que esa era mi realidad y que nunca habría un escape de ella. Mi vida se volvió una serie de rutinas y mecanismos de defensa diseñados para manejar el dolor, y en ese proceso, empecé a construir una identidad en torno a mi sufrimiento. Luego empecé a padecer bullying, no tenía amigos por la mudanza, me veían mal por “rara”, sobreexigencia familiar para ser la mejor, etc. Fue un conjunto de malos sucesos que conllevaron a mucho daño hacia mí, pensamientos de muerte, autolesiones, problemas de autoestima, odio.

Después de cuatro largos años, tomé la decisión de buscar ayuda. Encontré apoyo en terapia y medicación, y finalmente logré estar en paz. Pero esta nueva fase, esta búsqueda de alivio, trajo consigo una sensación de desorientación. De repente, la carga del dolor, que había sido una presencia constante y familiar, empezó a disminuir. El cambio, aunque esperado, se sintió extraño y fuera de lugar, como si el alivio no encajara en el marco de la vida que había llegado a conocer.

Es como si me hubiera convertido en un pájaro que ha pasado toda su vida en una jaula. Aunque la puerta de la jaula se abre y la posibilidad de volar libremente está ahí, el pájaro no puede evitar sentir una profunda inseguridad. La jaula, a pesar de sus limitaciones, era un espacio conocido, y el mundo exterior, aunque prometedor, parece vasto y aterrador. Salir de la jaula y enfrentar un entorno nuevo y abierto puede desencadenar una serie de emociones complejas: miedo, incertidumbre y una sensación de no pertenencia.

Sentirse fuera de lugar en un momento en el que la vida debería estar mejor es desconcertante. A veces, incluso te preguntas si realmente mereces esta nueva sensación de alivio. Hay una parte de ti que duda, que se pregunta si este respiro es merecido o si es simplemente una ilusión. El contraste entre el sufrimiento familiar y el alivio inesperado puede ser tan agudo que resulta difícil de procesar.

En este punto, es crucial recordar que el camino hacia la sanación no es lineal. La recuperación implica aprender a vivir de nuevo en un mundo donde el dolor ya no es la constante. Es un proceso que requiere tiempo, paciencia y auto-compasión. Es importante permitirse sentir todas las emociones que surgen durante este cambio, sin juzgarse por ellas. Reconocer que te sientes rara o incómoda en esta nueva etapa es parte del proceso. La libertad puede sentirse extraña al principio, pero con el tiempo, el pájaro puede aprender a disfrutar de su vuelo y a encontrar su lugar en un mundo nuevo.

La recuperación es un viaje lleno de altibajos, y cada paso, por pequeño que sea, es una señal de progreso. Aunque el camino puede parecer incierto, es fundamental seguir avanzando, permitiendo que la esperanza y la paz se conviertan en nuevas compañeras de viaje. Al final, la vida que ahora te parece extraña y fuera de lugar puede llegar a ser la nueva norma, un espacio donde encuentres la libertad y el equilibrio que has estado buscando.

Aún recuerdo a Sofi como si fuera ayer. Sus risas llenaban la jaula con una luz que hacía que incluso los barrotes parecieran menos opresivos. Ella era el otro pájaro que compartía mi confinamiento, la compañera que hacía que el encierro fuera más llevadero. Nos habíamos acostumbrado a la rutina de nuestra jaula, y en medio de la tristeza, su presencia era un rayo de sol que a veces parecía abrir un pequeño respiro en el cielo gris de nuestra prisión.

Sofi, con su risa contagiosa y su alegría, era la que hacía que el tiempo en la jaula pareciera menos interminable. Su espíritu vivaz era un contraste tan fuerte con el dolor que me envolvía, que a veces casi lograba hacerme olvidar el sufrimiento. Recuerdo aquel día con particular claridad: ella se puso su vestido rojo, sus lentes favoritos que siempre le daban un aire de curiosidad brillante, y la estrella de pelo que le regalé. Era un recuerdo de los tiempos en que todo parecía posible, un símbolo de nuestra amistad y de la vida que aún nos quedaba por vivir.

Pero ese día, Sofi decidió volar fuera de la jaula. No volvió. Y yo me quedé allí, sola, con la puerta abierta de par en par, pero sin la fuerza o el coraje para cruzarla. Ella había encontrado su libertad, mientras yo seguía atrapada, aferrada a los barrotes con una desesperación que me lastimaba, dañando mis alas y ensuciando mi plumaje con el dolor de su ausencia. La jaula, que antes compartía con ella, se convirtió en una prisión aún más fría y desolada sin su compañía.

La imagen de Sofi, sonriendo con su vestido rojo, es una de las más nítidas en mi memoria. Su partida dejó un vacío profundo, un eco de su risa y de sus sueños que ahora resuena en el silencio de la jaula. La extraño cada día, y el dolor de su pérdida sigue siendo un peso en mi corazón. Lloré mucho, quizás más de lo que creía posible, pero con el tiempo, esas lágrimas se hicieron menos abundantes, aunque el dolor nunca desaparece del todo.

Ahora, mientras me acerco a la puerta de la jaula, siento una mezcla de emociones contradictorias. La puerta abierta me llama, pero el miedo y la incertidumbre me mantienen en mi lugar. Hay una parte de mí que quiere seguir el ejemplo de Sofi, buscar mi propia libertad y salir a explorar el mundo más allá de los barrotes. Pero otra parte de mí sigue aferrada a la seguridad de la jaula, incluso con el dolor que conlleva.

El alivio que estoy empezando a experimentar, la ayuda que he recibido, me han dado un pequeño respiro, una sensación de que la puerta de la jaula, que antes parecía un obstáculo insuperable, podría ser el camino hacia algo nuevo. Me acerco a ella con cautela, tocando los barrotes desgastados que una vez me ofrecieron una sensación de seguridad, pero que ahora solo me recuerdan el dolor de la pérdida y la soledad.

Cada paso hacia la puerta es un acto de valentía, un intento de reconciliarme con el hecho de que la jaula, aunque familiar, ya no es el único lugar al que pertenezco. Aunque el mundo fuera parece vasto y aterrador, estoy comenzando a comprender que Sofi, en su manera de volar libre, también me dejó una lección: la de buscar mi propia libertad, incluso si eso significa enfrentarse a la incomodidad de lo desconocido.

Salir de la jaula y explorar el mundo sin ella es un desafío, pero cada paso hacia la puerta es también un tributo a su memoria, un homenaje a la amistad que compartimos y a la vida que ella vivió con valentía. A medida que me acerco a la puerta, aunque el miedo persiste, también lo hace una pequeña chispa de esperanza. Quizás, al igual que Sofi encontró su libertad, yo también pueda encontrar mi lugar en un mundo donde el dolor y la pérdida no sean los únicos compañeros de viaje.Y así, con cada día que pasa, continúo acercándome a la puerta, con la esperanza de que, al salir, pueda encontrar un nuevo espacio donde el dolor de la jaula se mezcle con la posibilidad de una vida más plena y llena de esperanza


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