Mentiste, cuando tus manos tocaban las mías.
Cuando nuestros cuerpos se fusionaban, cuando nuestros labios rozaban, cuando nuestra calidez dispersaba el frío. De tu boca simplemente salían dulces, pero frías melodías que soportaban el peso de ese bello engaño que poco a poco fue cediendo al paso del tiempo, incapaz de mantenerse sin grietas, como nuestro amor.
Con el pasar del tiempo mi amor crecía, al igual que el tuyo; lamentablemente el mío iba dirigido hacia tu persona y el tuyo hacía alguien más. Era tan tuya como creí que eras mío, sin saber que te creías ajeno, ajeno a mi persona, ajeno a mi amor, ajeno a lo que creía que teníamos. Destruiste los pilares del recinto que tanto tiempo nos costó levantar, terminaste con cada muro, cada peldaño, cada piedra puesta en él, sin mayor temor fuiste quebrando parte por parte hasta dar el golpe que derrumbó todo a su paso, para poder ver todo mi mundo desplomarse ante mis pies mientras el tuyo simultáneamente era construido con alguien más.
De tu presencia física, basta la compañía. Pocas las palabras que de ti eran arrojadas cuando de sentimientos se hablaba, sentimientos de formas infinitas escaseaban. Vivimos a través de una pantalla siendo perfectos cuando del otro lado de la misma nos destruíamos de maneras incontables, cada manera ocurrente para intentar salvar nuestro hogar era rechazada y obstruida por un muro gigante que parecía nunca querer ceder ante cualquier cosa que no fueran lágrimas.
Ante ti nada era digno, solo escucharme y verme llorar hacía que aquellos muros impenetrables cedieran una abertura llena de espigas como paso para mí, y sin importar lo herida que yo pudiera estar; tu actitud esquiva siempre era la misma, inquebrantable, firme, indiferente. ¿Cómo podía querer quedarme?
Tus fallas eran más que tus aciertos, pero siempre me convencí de que todo lo que sucedía era al revés, a tu lado siempre habité el planeta Fantasía, con una venda en los ojos y las manos atadas, sin poder hacer más que intentar seguir adelante, sin querer escuchar a nadie que no fueras tú. Al final tú mismo quitaste la venda de mis ojos.
Ella era como la flor más hermosa que adornaba tu jardín, y yo era tratada como mala hierva.
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