Perdido entre las corrientes de pensamientos que se agitan sin cesar en mi mente, me veo inundado por un torbellino de emociones y recuerdos que pertenecen a un pasado ahora sumido en las profundidades de mi ser. Sin encontrar una emoción clara que pueda definir con certeza lo que experimento en este momento, me encuentro acostado en mi cama, en el centro de mi habitación, con la mirada fija en el techo, en un esfuerzo inútil por encontrar algo que me distraiga y calme, aunque solo sea por unos instantes, el caos que impera en mi mente.
En medio de esta búsqueda, escudriño mi entorno y lo único que veo es una habitación desprovista de color y de vida, como si estuviera habitando en un vacío. A lo lejos, divisando un pequeño cuadro, despierto un eco de recuerdos que me transporta a mi niñez: aquel niño que se enamoraba del arte, que anhelaba con fervor plasmar paisajes hermosos, un mundo rebosante de vitalidad. Soñaba con ser un gran artista, anhelaba el reconocimiento, y su habilidad para crear cosas maravillosas fluía con naturalidad...
¿Qué sucedió, me pregunto, para que ya no pueda ver los colores que antes percibía con tanta claridad? ¿Dónde quedaron aquellos paisajes exuberantes, los lagos y bosques que ahora reposan en el olvido? ¿Acaso siempre estuvieron inertes, y fui yo quien no lo percibió? Soy un artista, pero incapaz de dar vida a mi arte. ¿Qué ocurrió en el camino? Me pregunto una y otra vez, sin encontrar una respuesta que sacie mi inquietud. Mi alma, mis sueños, mi arte, todos están abandonados en esta habitación, un lugar desprovisto de vida y de color
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