Extraño a mi gata

Observo en silencio la ventana frente a mí, mis pies columpiándose en un suave vaivén mientras continúo sentado en la silla de mi escritorio. Las puntas de mis dedos golpean ansiosamente el cuero de la almohadilla, sintiendo las partes desgastadas de esta, todo siendo simplemente la consecuencia de pequeñas mordeduras.  

Mi mano libre se desliza sobre uno de mis muslos descubiertos, mis uñas presionando suavemente mi piel, dibujando líneas rectas y curvas, similares a los rasguños que decoran las cortinas de mi ventana.  

De la ventana que estoy mirando. La ventana que provoca mi ansiedad. La ventana que provoca las marcas sobre mi piel.  

La punta de mi lengua vuelve a acariciar mis labios, los cuales se encuentran algo secos y marcados por mordidas, mordidas que yo mismo provoco. No como las mordidas sobre la almohadilla de mi silla, estas son solo mis mordidas. Ya no hay nadie más que pueda morder algo, solo yo. Cierro mis ojos por unos segundos mientras un suspiro escapa de mis labios, mis dientes mordiendo mi lengua de forma inconsciente, a la par que mis manos se deslizan suavemente por mi cabello, estirando un poco los mechones, casi como si esto fuera lo único que calmara mi ansiedad. 

La ansiedad que me provoca seguir viendo esa ventana. La ansiedad que provoca las mordidas en mis labios. La ansiedad que provoca que mis dedos estiren mi cabello. 

Mis pies dejan de columpiarse, dándole paso a mi cuerpo de hacerlo. Mis piernas se flexionan para apegarse a mí, y yo las rodeo con mis brazos, buscando ocultarlas, buscando que no sintieran miedo, a pesar de que ellas no podían sentirlo. Vuelvo a morder mis labios, mi lengua se desliza sobre ellos de nuevo, mis uñas vuelven a rasguñar mi piel, un suspiro vuelve a escapar de mis labios, mis ojos vuelven a cerrarse y mis dedos vuelven a estirar mi cabello, todo vuelve a pasar una y otra vez. 

Pero si todo vuelve a repetirse, ¿por qué la almohadilla de mi silla no vuelve a ser mordida? 

¿Por qué las cortinas de mi ventana no vuelven a ser rasguñadas? De esa ventana que provoca todo mi dolor. 

¿Por qué mi piel ya no siente la suavidad de su pelaje? 

¿Por qué mis labios ya no besan su nariz? 

¿Por qué mis brazos ya no cubren su pequeño cuerpo? 

Mis ojos se abren con sorpresa al oír el primer trueno del día, el doceavo trueno de la semana, y posiblemente no el último del mes. Mi cuerpo se debilita al igual que la firmeza de los árboles tras el viento, y cae hacia adelante, mi frente posándose contra el vidrio. El vidrio de esa ventana que provoca todo mi dolor. El vidrio de esa ventana que debilita la firmeza de mi cuerpo. 

Me tomo unos segundos para respirar, el aire frío invadiendo mi cuerpo, el cual parece rechazarlo, provocando que abra mi boca en un intento de tomar más de él, sabiendo que es la única alternativa que me queda para vivir. Y a pesar de esto, mi cuerpo lo sigue rechazando, sin poder aceptar la idea de que fuera lo único que me da vida. Lo único que me da vida. 

Por lo que yo respiro, respiro y respiro, para luego toser, y entonces vuelvo a respirar. Mi cuerpo busca la vida, así que yo solo respiro, respiro, respiro, respiro, respiro... 

Pero toso. No puedo dejar de toser. 

Mis puños se posan sobre el vidrio al igual que mi frente, y comienzan a golpear la ventana, esa ventana que provoca todo mi dolor. Esa ventana que sigue repleta de mi odio. Esa ventana que, a pesar de mis golpes, sigue estando cerrada. Igual de cerrada que la anterior tormenta. Igual de cerrada que durante el tercer trueno. 

Entonces en mi rostro comienza una tormenta también, y mis ojos se cierran con fuerza, resistiendo el abrirse, al igual que la ventana durante esa anterior tormenta, durante ese tercer trueno, durante esos maullidos. 

Maullidos, lo maullidos llenan mi cabeza.  

Esos dulces maullidos, bajos maullidos, cariñosos maullidos, amables maullidos. Esos maullidos de quien mordía mi silla, esos maullidos de quien rasguñaba mi cortina, esos maullidos de quien rodeaba con mis brazos. Esos maullidos que siempre me llamaban desde el otro lado de la ventana cerrada, del otro lado de esa ventana que tanto amaba, pero que ahora odio.  

De esa ventana que no abrí durante esa anterior tormenta, durante ese tercer trueno, durante esos maullidos que me llamaban. Me llamaban. 

Caigo completamente al suelo, mis manos aferrándose a la cortina, la cual no resiste y se suelta, cayendo junto a mí. Miró la cortina, miro los rasguños en su tela, luego miro las mordidas en mi silla, y vuelvo a ver la ventana, esa ventana que provoca todo mi dolor. 

Entonces, finalmente la abro, dejando que las gotas de lluvia caigan sobre mi rostro, el cual también llueve. Y veo el cielo, veo la nueva tormenta, los nuevos truenos.  

Y deseo que esta fuera esa anterior tormenta, ese tercer trueno. 

Porque deseo oír esos maullidos de nuevo, esos dulces maullidos, bajos maullidos, cariñosos maullidos, amables maullidos. Esos dolorosos maullidos que me llamaban, y que yo no pude oír. Para así abrir la ventana que tanto odio ahora, y ya no sentir la ansiedad que me provoca, las marcas que me provoca, las mordidas que me provoca. 

Me levanto del suelo y vuelvo a sentarme en la silla mordida, en la silla con la que jugabas. Tomo la cortina y la dejo sobre mis piernas marcadas, para así acariciar la tela con mis dedos, esa tela que tanto te gustaba rasgar. Mis ojos vuelven a ver la ventana, esa ventana que nos separó, esa ventana que provoca todo mi dolor. 

Porque a pesar de que ya no estamos en esa anterior tormenta, en ese tercer trueno, yo sigo esperando oír tus maullidos frente a esa ventana abierta, esa ventana que tanto odio.