Las calles de Japón eran ruidosas, las luces cegantes pegadas en los edificios tan altos que tocaban las nubes, todo era un poco abrumador para Akemi.
Ella siempre vivió en un lugar más silencioso, donde se oían los pajaritos cantar en la mañana y luego el sonido molesto de los camiones o alguien taladrando. Pero aquí era sentir que constantemente alguien estaba taladrando y ella estaba estresada.
Akemi bostezó, pensando sobre todo esto en la cama de su pequeño departamento, ni siquiera pudo conseguirse unas bonitas sábanas, quedándose con un colchón inflable y una manta demasiado fina para este casi invierno.
— Bien…¿Qué hora…? — Ella se acostumbró a hablar sola cuando se mudó a este lugar, el lugar donde estaba su universidad.
Akemi se levantó lentamente de su cama, el peso de haber dormido demasiado tarde tirándola de nuevo a la cama, pero no, ella realmente debía despertar esta vez. Akemi ya no era una adolescente, tenía diecinueve años y debía madurar.
La hora marcaba las once veintiséis en el reloj de su celular, tampoco consiguió uno de esos relojes grandes digitales.
— Mierda — Ella arrastró la última letra un poco, intentando tranquilizarse y no estresarse aún más, mientras el sonido de los autos abajo seguía sonando.
Akemi decidió moverse hasta su espejo y cambiarse, no había tiempo de bañarse ya, debía irse a confirmarle cosas a la estúpida universidad.
Ella se vió en el espejo, su apariencia desarreglada y con un pijama que constaba de una camisa larga y unos shorts. Su cabello estaba sorprendentemente decente, cayendo más allá de sus hombros en un color celeste. Pero sus ojos arruinaban la apariencia decente, agotados y afilados, llenos de ojeras y sus iris con un tono como el oro, la cereza del pastel su piel pálida como una muerta.
Se escuchaban sus pasos por todo el departamento, que si decidiendo si un gorro o una trenza era mejor para ocultar lo sucio de su cabello o si el verde o el rojo le quedaba mejor, hasta que finalmente se vistió y salió por la puerta.
Akemi metió sus manos en los bolsillos de su campera, caminando en silencio por el pasillo hasta el ascensor. Una vez ahí, ella presionó el botón cero de los doce que había. Viviendo en el piso nueve, tomaría un ratito.
Ella olvidó su celular, se dió cuenta en el piso ocho. Cuando iba a cancelar el viaje al piso cero y regresar, llegó al piso siete y el ascensor se detuvo.
Una mujer de su edad entró al ascensor, vestida en ropa mucho más linda y cara que la de Akemi, sus ojos delineados y verdes, su cabello rojo y brillante por casi su cintura, también ¡ella era tan alta! Probablemente extranjera, Akemi solo sabía que se le quedó mirando hasta que ya ella estuvo a su lado.
Akemi trago saliva, sabiendo que ya no podría ir a por su celular y mirando fijamente la puerta del ascensor.
— Ah, qué día. — La mujer a su lado habló. Definitivamente, extranjera. — Hace mucho frío, ¿No? Ojala mi auto no esté congelado… — Ella suelta un suspiro. Ahora que Akemi miraba, la chica estaba mucho más abrigada que ella.
Akemi pensó en que decir con cuidado, siempre temiendole a las interacciones sociales casuales, aún si en Japón no era usual. — Oh, depende. Si dejaste tu auto afuera, quizá se congeló. —
La mujer le sonríe a Akemi. — No hay otro lado donde dejarlo, este lugar no tiene estacionamiento interno. —
Akemi niega con su cabeza. — Hay uno, está por la parte de atrás. — ella gira su cabeza a la chica pelirroja — ¿Lo dejaste afuera? —
La mujer se queda callada unos segundos y luego suspira, como si se hubiera dado cuenta de un error que le costaría su auto por un rato. — F- Aaah…. — Akemi notó como ella casi tiraba un insulto.
Las puertas del ascensor se abrieron finalmente para Akemi, quien sale. — Adiós. — Ella se despide, pero luego la chica también sale del ascensor.
— Adiós- ehm, también…yo también iba a salir por acá, que gracioso ¿No? —
Las dos se incomodaron muy rápido, yéndose por la puerta principal juntas y luego desapareciendo del camino de la otra con urgencia.
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Akemi gruñó cuando escuchó la tercera alarma de las siete que había puesto para despertar y llegar a su universidad.
— Ya, shh…shh…calla…calla… — Ella se ponía muy rara cuando estaba medio dormida, apagando la alarma con suavidad y levantándose de su cama con sueño.
Había pasado una semana y un día desde que llegó a esta ciudad, ahora en la universidad, ella estaba esforzándose por hacer exactamente lo que tenía planeado hacer.
Ella no se esfuerza en acomodar las sábanas de su cama ni las mantas, sólo se apura a desayunar algo para no desmayarse en media clase.
Akemi está un poco más arreglada hoy, su cabello lindo y recién bañada, su ropa casual pero no demasiado, su rostro maquillado pero…no demasiado.
Mientras come una barrita de esas con nueces, camina al ascensor con pasos tranquilos, se detiene y presiona el número 0, esta vez su celular seguro en su bolsillo.
Pero otra vez el ascensor se detiene en el número siete.
— Buenos días. — La voz femenina suena, otra vez la chica linda de cabello rojo. Esta vez ella parecía tan agotada como Akemi esa vez, un bolso de marca colgando de su hombro y ropa igual o peor de cara.
El cansancio y tristeza desaparecen si tienes dinero, piensa Akemi.
— Buenos días. — Eran las seis con treinta minutos, así que era válido decir buenos días. Akemi miró de reojo a la chica, preguntandose si diría algo más.
— Hoy hace más frío que la última vez. — Ella menciona, haciendo señal de frío al frotarse los brazos. Oh, ella recordaba a Akemi.
— Ya estamos entrando en invierno. — La voz suave y sin mucha emoción le responde a la mujer con tanta personalidad, Akemi no podía evitar eso.
La pelirroja mira con curiosidad a Akemi, al ser una persona que veía por segunda vez, ya le interesaba un poco. — ¿Eres de aquí? —
— No, bueno…sí, soy japonesa, pero no soy de esta ciudad. — Akemi no sabía por qué estaba recalcando eso, era obvio que ella era japonesa y esta mujer no.
— Oh, ¡yo tampoco! Bueno, yo no soy japonesa. — No tenía idea. — Es muy lindo aún con todo el frío. —
— Y el ruido. — Agrega Akemi
— Y el ruido. — Concuerda la chica
Akemi se siente menos tímida hoy, tal vez sea el café con demasiada cafeína. — Los atardeceres son preciosos. —
— ¡Ooh! Tanta razón, son naranjas y rojos…a veces, se puede ver– —
— Rosa. Es tan rosa el cielo que sientes que estás en una película de Ghibli. — Akemi la interrumpió sin darse cuenta, pero la chica la miró con ojos tintineantes.
— ¿Te gusta Ghibli? — Ella vuelve a hacerle una pregunta, pero el ascensor se abre. Las dos sabían que iban a salir.
Akemi le sonríe por amabilidad, procediendo a salir, aceptando esta conversación cortada por el ascensor, pero la chica la sorprende.
— ¿Cómo te llamas? —
— Akemi Kirishima, ¿Tú? —
— Kathleen Blaszczykowski. —
Ambas salieron del ascensor con una sonrisa y separaron sus caminos.
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Los encuentros con Kathleen se volvieron algo que pasaba cada día a casi la misma hora, el ascensor siempre se detenía en el piso siete, donde Kathleen seguramente vivía.
Ellas hablaban de esto y aquello, que la vecina se besó con el del edificio de enfrente, que cuales eran los mejores cuchillos para cocinar o sus películas favoritas de anime. Akemi era más de el viaje de Chihiro y Kathleen más de el increíble castillo vagabundo.
Dos semanas después del segundo encuentro, Akemi salió de casa para comprar unas frutas, pues las necesitaba en su pobre cuerpo sin fuerzas. Era la tarde, tal vez cinco y media o ya seis, Akemi no estaba tan ocupada como para interesarle.
Llegó al ascensor vestida para el frío, usando su celular, viendo Twitter y eso.
— ¡Kiri, Kirishimaa! — Una voz suena cuando llega al piso siete, dulce y bienvenida en los oídos de Akemi. Aunque ella le pidió a Kathleen que la llamase por su apellido al ser mayor y no ser muy cercanas, Kath encontró una forma de ponerle apodos de todos modos.
Era lindo verla, aún a esta hora inusual. — Buenos días, Kathleen. — Akemi responde formal, pero no tanto, pues ella era simplemente incapaz de decir el apellido de Kathleen.
— ¿A dónde vas hoy? Pensé que dormías toda la tarde. — Kath bromea, una risita sin intenciones de herir saliendo de ella.
— A comprar fruta a Sora, allá en la esquina. — Los ojos de Kathleen se abrieron y sonrió, moviendo un poco a Akemi para mostrar su emoción no explicada, no mucho porque Akemi tenía mal humor de nacimiento.
— ¡Yo también voy para allá! La fruta de Sora es muy rica y me faltaba, ¿vamos juntas entonces? — Akemi le sonrió.
Obvio que sí, amiga.
Amiga.
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Estaban afuera del edificio, caminando una al lado de la otra, sosteniendo sus bolsas de tela para llevar la fruta y no tener que comprar una allá. El silencio es cómodo, como el viento frío que cae en sus rostros, fue bastante… refrescante.
Ninguna de las dos habló mientras caminaban, llegando al lugar donde vendían rica fruta y verduras y demás. Acompañaron a la otra a cada zona que necesitaban ir, primero yendo a las manzanas.
Kathleen toma una manzana sin pensarlo mucho, pero Akemi se la quita y le da otra. — Agarraste una muy suave, ya estaba fea esa. — Akemi sabía que Kathleen era…como decirlo…una chica asquerosamente millonaria. Obviamente no sabía cómo escoger fruta.
— Oh, ¿en serio? Bueno, eso explica cosas. — Kathleen acepta el consejo de su amiga, tomando frutas con más cuidado.
Después de las manzanas, agarraron otro par de frutas, bananas. Ellas hablaban mientras.
— ¿Cuál es tu fruta favorita? — Hace tiempo que Akemi era la que también hacía preguntas.
— No tengo una, me gustan todas. —
— ¿Incluso el pomelo? —
— S– no. El pomelo no. —
Ellas ríen, mientras Akemi agarra uno de esos pomelos y se lo lleva para sí misma. A ella sí le gustaban.
Las dos se distrajeron charlando, ni siquiera dándose cuenta que ya habían pagado las frutas y estaban fuera del lugar. Pobre Sora, ella tampoco fue saludada ni despedida.
— Entonces, miré a mi perro y me di cuenta que algo ocultaba, esa carita la conozco — Kathleen hablaba mientras caminaban de nuevo al edificio de apartamentos. — Luego, me di cuenta que se había miado por todas mis sábanas. No fue en la cama, ¡Pero donde guardo las sábanas! —
Risitas, risitas tontas se escucharon de ellas.
— Ah, pero aún así… los perros son muy lindos. — Akemi dice
— Cuando no se mean, si, claro que si. —
Entonces, ese silencio de nuevo. Refrescante, tranquilo, no les quedaba nada que decir.
En el ascensor algo se sintió mal, un peso cayendo encima de ellas, una necesidad de no despedirse.
— Kirishima. — Kathleen llama a la chica a su lado.
— ¿Uhm? —
— ¿Quieres tener una cita? —
…
— Seguro. —
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— Sireneki
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