Viaje a una tienda de conveniencia.

2:34 am es la hora que resplandece en números rojos en del reloj de mi mesa de noche.

Tengo hambre.

Dejo salir un suspiro de enojo y frustración, interrumpido por el peso de un brazo encima de mi cuerpo, incluso en la oscuridad de la noche, los tatuajes tribales y vello corporal logran resaltar gracias a la poca iluminación que brinda la ventana que da a la calle.

Sostengo su brazo con firmeza y delicadeza, mientras lentamente muevo mi cuerpo por debajo del suyo, intentando zafarme de la prisión de amor en la que me encuentro. Me muevo con cuidado, no debo hacer mucho ruido, el roce de las sábanas hace que quiera cortarme algo, pero me abstengo,  debo de tomar el riesgo.

Una respiración cortada.

Junto con la mía.

Inmediatamente fijo mis ojos en su rostro, esos ojos cerrados de pestañas alargadas, una nariz con una cicatriz en medio, pómulos ligeramente marcados, cutis destacante para alguien que aborrece el skin care, y unos labios ligeramente separados que dan vista unos dientes apenas amarillos por el tabaco. Me les quedo mirando fijamente unos segundos, como un ciervo en carretera que parece que acepta su fe al ver el próximo auto, y no se atreve a mover un solo músculo de su cuerpo.

Un ronquido sale atorado de su garganta, y su respiración continúa con normalidad. 

Al igual que la mía.

Termino de escurrirme de sus brazos y caigo al suelo, en puntillas de pie, esos dos años de ballet tuvieron que servir de algo. Salgo de la habitación en silencio, cerrando lentamente la puerta detrás de mi, un, "click" se escucha, y así, mi cuerpo se destensa, mientras tomo camino a la cocina.

No es muy grande, mas bien pequeña, incluso para un departamento, pero suficiente para una pareja que poco sabe de cocina y que prefiere la comida de calle. La noche le da un tono azulado, terriblemente oscuro, solo iluminado por las luces de los autos afuera. Abro la nevera, un golpe frío pega mi cuerpo junto a una muy intensa luz de adentro de esta.

Mierda.

Olvidé ir al supermercado.

Otra vez.

Cuando eras niño, creías que la comida simplemente aparecía en tu refrigerador, de adulto, tu debes convertirte en el mago que la hace aparecer.

Pienso seriamente mi próxima elección.

Podría ir mañana perfectamente.

Como si tuviera vida y escuchara mis pensamientos, mi estomago suelta un rugido de desacuerdo.

Realmente quiero algo rico.

Tomo una decisión, iré a la tienda de conveniencia mas cercana, y compraré algo, algo rico.

Antes de darme cuenta, ya tengo un par de shorts puestos junto con una chaqueta de Jade encima de mis pijamas, un par de zapatos cómodos y listo; agarro mis llaves junto con la billetera de Jade, que se encuentra en un  tazón a pocos metros de la puerta y pongo todo en el gran bolsillo delantero de la chaqueta.

Una navaja cuyo mango es de color rojizo llama mi atención. Medito un momento, y la tomo para esconderla en mi media izquierda.

Las noches son momentos extraños para aquellos seres de la calle, todo esta perfectamente iluminado, y a la vez, asquerosamente oscuro. Cualquier pequeño rincón donde las luces de los faroles no lleguen a dar, se presta para cualquier acto de carácter ilícito o inmoral; como si en la noche no nos importara el bien o el mal, la oscuridad cubre nuestros rostros, y cualquier rastro de ética y moral.

Centro mi mirada en el frente, la tienda no esta muy lejos, puedo ver las luces del estacionamiento desde dónde estoy. Un ebrio dice in comentario obsceno sobre mis piernas que decido ignorar.

Entro al local, la iluminación interna no tiene nada que ver con la externa, todo se ve brillante y resplandeciente, a excepción del cajero, cuyo rostro muestra la precariedad de condiciones de trabajo en la cuál esta.

Camino por los pasillos, en busca de algo que calme mi apetito quisquilloso, que se niega a aceptar si no es la perfección.

Papas sabor mejillones, seh, funcionará.

Me dirijo a la caja sin problemas, en uno de los pasillos encuentro un supuesto lubricante sabor chocolate amargo, reviso el dinero en mi bolsillo y los números en mi cabeza, las cuentas no me dan.

Ni modo Jade, a la próxima con mas calmita.

Llego a la caja y pago, me faltan dos centavos, pero el cajero parece odiar demasiado su trabajo como para importarle. Me dirijo a casa con mi botín en bolsa.

El viaje de regreso resulta ser mucho mas corto, llego sin problemas, enciendo la televisión, y con el volumen mas bajo posible, coloco un programa cualquiera mientras degusto mi manjar, la noche sigue su curso, al igual que todo lo demás.




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