Entre ellas brillaban como luna y sol,
pueden alejarse, pero juntas son un eclipse.
El canto de aves y el alba, su complicidad,
silencio y soledad, su intimidad en la oscuridad.
Fuego y hielo, un efímero encuentro vivaz,
solo eran ellas, no había más.
No hay otro elemento en este escenario,
solo dos, donde deben permanecerse a diario.
Y luego estoy yo, la observadora sin voz,
testigo atento, mi papel, mi única voz.
Solo soy testigo, quien no dejará de ser,
sólo eso, una observadora, eternamente.
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