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En el lienzo iluminado de mi pantalla, trato de plasmar la complejidad emocional que me embarga. Las palabras fluyen como un río turbio que serpentea entre las piedras de mis experiencias y emociones. Me veo a mí mismo en retrospectiva, como si estuviera atrapado en una película que se reproduce sin cesar, llena de momentos de desesperación y lucha.

Cierro los ojos y me sumerjo en la oscuridad, recordando cada paso doloroso que me llevó a este punto. Las lágrimas de mis fracasos y las cicatrices de mis batallas internas se entrelazan formando una trama inextricable. Las sombras de la soledad se ciernen sobre mí como un manto pesado, envolviéndome en un silencio ensordecedor.

En mi despedida, dejo que las palabras fluyan como un último suspiro, describiendo las imágenes mentales que han plagado mis noches. Detallo la carga de mis sueños rotos, las esperanzas marchitas y los momentos perdidos que se desvanecen en el abismo del tiempo.

Mientras cierro este capítulo de mi existencia, dejo que las imágenes mentales impactantes se desplieguen como un último acto de despedida. Que cada palabra sea un pincel que pinte el cuadro final de mi paso efímero por este mundo, una sinfonía melancólica que se disuelve en el silencio eterno.