La Historia de una Amistad Desgarrada

Desde hace años, tengo un amigo cercano. Su atracción por una chica fue una constante en nuestras vidas, y después de años en silencio, finalmente se dio el paso hacia una relación. Podría decirse que fui un impulso en este proceso, alentándolo a expresar lo que sentía. Sin embargo, admito que mi actitud no siempre fue la mejor. 

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Fui un participante activo, a veces demasiado molesto, en su relación. Ofrecía consejos y orientación, pero también subía en redes sociales mensajes negativos, cuestionando la autenticidad de su relación. Ahora, con el tiempo, me pregunto el motivo detrás de esos actos. Un día, subí algo que marcó un quiebre. 

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Nos distanciamos, él de mí y del grupo. Alegaba que nadie le invitaba a salir, a pesar de que él siempre rechazaba nuestras propuestas, prefiriendo pasar tiempo con ella. Saltando en el tiempo, encontré paz en mi tranquilidad, pero él regresó a mi vida pidiendo ayuda. Su relación estaba en peligro, la chica se volvió superficial. 

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A pesar de los consejos de otros de negarle mi ayuda, decidí ayudarlo. Presenté nuevas personas, deseando que regresara al grupo. Sin embargo, deducí que su elección de volver con la chica era casi un hecho, me enojó, y decidí cortar la comunicación. 

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Me siento fastidiado y, honestamente, no tengo ganas de hablar con él nuevamente. Es un capítulo cerrado en mi vida, lleno de altibajos, lealtades rotas y desencuentros que dejaron huellas imborrables.

Este adiós no es solo un fin, sino un epílogo triste y desgarrador de lo que alguna vez fue un capítulo bueno. En las páginas de la despedida, la tinta se mezcla con lágrimas, pintando un retrato doloroso de una amistad rota. 

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Me pregunté mil veces por qué te ayudé cuando no querías ser salvado, y cada respuesta fue un trago amargo de la lección que aprendí: a veces, dar la mano a quien se ahoga solo prolonga la agonía, y la tristeza se convierte en la despedida inevitable.